Era
el 31 de julio de 1982. Los más jóvenes aún no dejábamos los 16 años, los “mayores” apenas estaban
alcanzando los 18. Era el último día de una fiesta que empezó para muchos en el
“kínder”, para otros en el primer año de bachillerato, unos pocos se sumaron en
el primer año de ciencias. 13 años, 5 años o 3 años… ; lo cierto es que el
Colegio Gonzaga nos marcó a todos y todas en ese tiempo especialmente hermoso, años
en que compartimos la experiencia de irnos haciendo grandes, en los que
descubrimos juntos lo que es aprender, en que vivimos el gran significado de la
palabra amistad.
Aquella
mañana nos sentimos más que nunca portadores del águila representada en nuestro
escudo, cantamos con más ímpetu que otras veces “Somos Gonzagas valientes”… Allí,
rodeados de nuestras familias, saboreando el logro afortunado de una meta, se
paseó por nuestra memoria la película de lo vivido en nuestras aulas, en las
expediciones a la montaña, en los campamentos misión, en tantos espacios y
situaciones que se presentaron en nuestro paso por el colegio. Allí, ese día, cada uno, esperando expectante
ser nombrado para recibir el título, dimos GRACIAS a Dios porque había sido
bueno con nosotros.
Hace
30 años de ese episodio que simbólicamente nos abrió paso a forjar la vida de
grandes. Quizás, en aquel momento, aún no notábamos la trascendencia de habernos
encontrado como estudiantes de un colegio
que nos enseño a vivir para “Mayor Gloria de Dios”. Pero, hoy podemos decir con certeza, que algo grande nos pasó en
esas aulas, canchas y oficinas; algo grande nos marcó a través de todas las
experiencias que tuvimos fuera del colegio, acompañados por la entrega total de
los jesuitas, las hermanas que se donaron a la educación de generaciones
enteras y al colectivo de educadores que apostaron por esta empresa.
Hoy
tenemos unas cuantas canas, unos kilos de más y algunas arrugas que nos van
diciendo que el tiempo pasa; pero a
pesar de él o junto con él, esa chispa que nos sembró permanece viva y nos
mueve a reencontrarnos. 30 años después estamos buscando pistas porque
queremos redescubrir nuestro tesoro, estamos ubicándonos porque no podemos dejar de decirnos que seguimos
teniendo “fe e ilusión”, que generosamente ofrecimos nuestros talentos para
las familias que hemos sembrado, para el trabajo bien hecho y el país que no
hemos dejado de soñar.
Algo
grande hizo el colegio Gonzaga de Maracaibo en nosotros, lo decimos después de muchos días y noches transcurridos. Algunas palabras
pueden ser clave: entrega, valores, acompañamiento, voluntad, símbolos,
experiencia, Jesús, grupo, montañismo… Ojalá que todas ellas puedan convertirse
en antorcha para, generosa, iluminar a otros que están en la misma labor de
formar el corazón, la mente y espíritu de los jóvenes de Venezuela.
En
realidad, la fiesta nunca terminó, por
eso hoy, ahora, seguimos celebrando la VIDA, la historia que nos une, las
luchas que hemos tenido con sus victorias y fracasos, el amor que nos dieron y
que aún sigue en nosotros, y especialmente, el deseo de seguir andando “por un
nuevo despertar”. Que estos 30 años sigan multiplicando en nosotros el afán de
dar lo mucho que se nos regaló.