¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Raíz de la violencia



“Dos amigos querían ver el amanecer y decidieron pasar la noche a orillas del mar para disfrutar de la belleza de ese momento. Mientras transcurría el tiempo conversaban sobre cómo imaginaban que sería el amanecer. A uno le parecía que sería como un canto de pájaros rojos, naranjas y amarillos que derramaban su colorido sobre la tierra; al otro en cambio, se le ocurría pensar que sería como si la mano de Dios dejara entre las nubes un círculo incandescente cuya luz bañaba las aguas. Mientras hablaban, a cada uno le parecía absurda la imagen del otro y comenzaron a discutir. Cada uno trataba de convencer al otro de lo inapropiado de su imagen. Como no se ponían de acuerdo, pasaron de la conversación a la pelea, que poco a poco dejó de ser sólo verbal, para convertirse también en corporal. Se insultaron, golpearon...y hasta llegaron a arrancarse los ojos. Mientras esto ocurría la luz empezó a bañar las aguas del mar, se escuchaba el canto de los pájaros y el cielo era un mosaico de colores. Pero los amigos, postrados en la arena, ya no tenían ojos para ver la belleza de aquel amanecer”.

Muchas veces actuamos como los amigos de esta historia que escuché hace tiempo. No aceptamos al otro como es, con su manera de pensar, sentir o actuar. Cuando nos encontramos con la diferencia, en lugar de comprenderla, la negamos e imponemos nuestra manera de ver las cosas. No logramos comunicarnos con el otro porque no escuchamos,  y hasta somos capaces de asumir actitudes destructivas con tal de imponer y ganar. Empezamos de a poco: desacuerdos, discusiones, peleas, insultos... y vamos incrementando hasta llegar a estadios mayores de violencia, donde no se descarta ni la misma muerte.

No es exageración. Así empiezan los conflictos, los grandes y los pequeños, los que vivimos en nuestro entorno y los de más lejos. En muchos de ellos impera una misma actitud: la imposición de nuestra verdad, necesidades, ideas, sentimientos, intereses... sobre los demás; el deseo de dominación y ambición, la colonización manifiesta en las relaciones humanas y en las formas de funcionamiento social, económico y político. El otro no existe o es enemigo, importa mi partido, mi religión, mi bienestar, mi estatus, mi poder. Cuando se entra en la dinámica de la intolerancia, del egocentrismo exacerbado y la imposición del “yo”, la violencia se hace procedimiento, entonces,  nada importa… ni siquiera la muerte, ¡hasta se le encuentra sentido!

Nos ahogamos en violencia. Violencias directas e indirectas, personales y sociales, coyunturales y estructurales. Parte de la raíz de todas ellas está en las personas: tenemos el espíritu enfermo por la falta de paz en el corazón, de esa paz que produce desapegarse del poder, el afán de lucro, los miedos, heridas del pasado y prejuicios, desapegarse del fundamentalismo del “yo” para dar cabida a lo común, al otro;  esa paz que hace posible no derrumbarse ante un insulto o maltrato o liberarse de las cadenas que impone la cultura; esa paz que hace capaz de desear bien y tratar con respeto al otro, aunque piense contrario, o de poder  ver el amanecer con aquel aunque lo perciba distinto.

Esa raíz de la violencia también se expande y se enreda en las estructuras injustas de nuestras sociedades reproductoras de la pobreza y desigualdades entre los seres humanos, reproductoras de un modo de relación destructivo de la naturaleza y de las personas. Gandhi decía que "la primera condición de la no violencia es la justicia en absolutamente todos los aspectos de la vida", mientras haya injusticia, mientras haya imposición, pobreza, exclusión, destrucción de la vida en cualquiera de sus manifestaciones, mientras los mínimos  de una ética para la vida colectiva no se respeten y la impunidad se deje correr por las venas de nuestro sistema, la paz quedará lejos de la dinámica social. 

La raíz del problema de violencia es profunda y compleja, por ello no se combate con remedios puntuales, no se termina con nuevos gobiernos (especialmente si mantienen prácticas generadoras de violencia o actúan del mismo modo que critican), ni con más policía o control aunque esto sea necesario. Si no abrimos distintos frentes para atender raíces y aristas, esta batalla la perderemos. Si al DISCURSO sobre paz no le ponemos ACCIONES de paz, verdadera voluntad personal y política el futuro no reportará cambios, no lograremos tener una patria segura y mucho menos pacífica.

La educación entra en este escenario, no como accesorio, sí como fundamento. Requerimos de una educación para la construcción de paz más allá de los centros educativos, una educación contundente que involucre la sociedad toda, enfocada en la recreación del ser, en la ruptura de la lógica del poder maniqueo y del egoísmo, para abrirnos a la lógica de construcción de la comunión, del diálogo y resolución de conflictos. Necesitamos de mejores seres humanos que aniden la paz en su alma y tengan mejores herramientas para recrearla permanentemente, de mejores instituciones, medios, políticas… enfocadas hacia la creación de la paz necesaria y su sostenibilidad, pues sabemos: somos seres y sociedades inconclusas, la paz no la hacemos propia para siempre.

Necesitamos sumar ciudadanía para esta orientación, para una mejor aldea y para un mejor mundo. La tarea que tenemos es del tamaño de las nuevas amenazas de guerra, de la cifra de asesinatos anuales que tenemos en nuestro país o de las agresiones que vivimos o presenciamos en la vida política y social. La violencia se combate de raíz y se vence con paz. Empecemos en nuestros pequeños espacios, esos en los que tenemos absoluta soberanía y hagamos eco, sumemos voces que silencien los gritos de tanto odio.