¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

miércoles, 15 de abril de 2015

Eduardo Galeano en las venas de América Latina


Se nos fue Eduardo Galeano. Generaciones completas “descubrimos” América de la mano de su pensamiento crítico. Recuerdo que cuando leí uno de sus más famosos libros “Las venas Abiertas de América Latina” no fue la exactitud en el uso de los conceptos de las ciencias  económicas y sociales lo que percibí en aquella aproximación a su modo de entender la historia de este continente. Lo que quedó sembrado en la experiencia de encuentro con sus letras fue el  amor profundo por los pueblos originarios y por la Patria Grande presa de las colonizaciones que intervinieron este suelo a lo largo de los siglos. No volvimos a pensar igual  después de ideas que removieron nuestros pies para ubicarnos en otro ángulo de análisis de la realidad en una época de gran efervescencia revolucionaria.

El deseo de recuperación de la historia no oficial estaba allí plasmado, en palabras inyectadas de pasión, como ha sido su discurso incendiario de conciencias. Galeano nos enseñó algo más profundo y dramático que un concepto, enseñó  la riqueza de una sensibilidad volcada a la comprensión del otro distinto, de lo que somos y vivimos en este continente. Con él abrimos las páginas de las  historias de los vencidos para entender el terror y el heroísmo, la muerte y la vida, la esclavitud y la libertad desde los ojos de Moctezuma en México en plena conquista, o de Túpac Amaru en Perú en su resistencia al poder colonial o  del uruguayo Artigas en la lucha contra grandes terratenientes y comerciantes. ¿Ideologización en lugar de historiografía?¿Literatura en lugar de conocimiento científico? Son juicios que poco importan ahora. Importa que aportó en la comprensión de lo que somos. ¿Acaso hay alguna interpretación que escape de la ideología? ¿Acaso la literatura no es un modo de resucitar, de inyectar vida en la aproximación a los hechos? ¿Acaso hay alguna historia con verdades absolutas?

Galeano nos reveló a los “nadie”: “los hijos de nadie, los dueños de nada/ los ninguno, los ninguneados… que no son, aunque sean/ que no  hablan idiomas, sino dialectos/ que no hacen arte, sino artesanía/ que no practican cultura, sino folklore…”. Esos “nadie”  mutilados una y otra vez en este mundo patas arriba que los poderes  constituidos de fuera (y de dentro) han creado. Galeano nos ayudó a comprender más allá de las fronteras propias las razones de la explotación, a develar matrices de colonialismo escondidas en la cultura. Galeano enseñó el sentido de la utopía desde un realismo infinito, sus palabras andantes ayudaron a mantenernos en camino del lado de la esperanza de otro mundo posible. Galeano enseñó coraje para revelarse, para pronunciar con fuerza la palabra propia. Alentó la rebeldía en la historia de la izquierda latinoamericana que se la jugó entre dictaduras; otra cosa es que, parte de esa izquierda, en el presente, no le haga honor a sus luchas.


Mucha tela se ha cortado desde la influencia del pensamiento de Galeano, otros análisis se han planteado para explicar los mismos hechos; pero la situación de sujeción de América Latina de fondo  permanece. No somos territorio liberado, las democracias tienen un largo trecho que recorrer para forjar justicia y equidad, tienen un gran alerta para no perder la libertad que tanto costó conquistar, continuamos ninguneando gente, culturas, géneros, ideales. Por ello seguirá vigente el enfoque de reflexión crítica sobre lo que vivimos, continuará con sentido el punto de vista que intenta encontrar la voz del indignado. Por eso Galeano seguirá vivo, aunque la utopia llore su partida física, estará en sus memorias del fuego, permanecerá en las venas abiertas de América Latina. 

lunes, 6 de abril de 2015

AÑORANZA DE FUTURO


El sentimiento de  añoranza se apodera de muchos venezolanos ante la crisis cada vez más virulenta que vivimos. No es para menos, pues pasar horas en largas colas para conseguir un producto regulado, no encontrar repuestos para los autos, vivir fuertes enfrentamientos y descalificaciones por la posición política, entre otras muchas cosas que experimentamos en el día a día, conduce a una profunda nostalgia al recordar cómo era Venezuela. No sin razón se añora anaqueles llenos, medicinas en las farmacias o la posibilidad de estar en la calle sin temor.

La añoranza  con su mezcla de recuerdo y tristeza está, y vale el derecho a sentirla, especialmente porque el  sentimiento impulsa a ver aquello que ayudó a vivir mejor y que hoy constatamos en retroceso o ausente. Pero la añoranza como expresión de ensalzamiento del pasado constituye un freno para la construcción de la Venezuela distinta que necesitamos todos (as); puede ser dañina si la asumimos como sentimiento y actitud que rige nuestra posición ante la crisis, si de fondo vemos al pasado con ojos acríticos, como una especie de edén idílico que fue, desterrando de la memoria los signos de crisis que ya padecían sectores de la población venezolana en los años anteriores al chavismo.

Porque una cosa es querer ver lo bueno aprendiendo del pasado para mejorar, y otra es considerar que todo fue bueno (con su contrapartida: todo es malo en el presente). Afirmar que en el pasado todos los venezolanos (as) éramos hermanos, no había diferencias, se respetaba al que pensara políticamente distinto, vivíamos en unión y en riqueza… es una clara expresión de una especie de pérdida de memoria; si eso hubiese sido así, en el 89 el caracazo jamás hubiese existido, o la intentona de golpe o rebelión militar del 4 de febrero del 92 no hubiese dado lugar, más tarde, al voto masivo de venezolanos(as) a favor de Hugo Rafael Chávez Frías porque vieron en él una esperanza para Venezuela. Es verdad, habían anaqueles llenos, y podías comprar la marca que quisieras, las cantidades que quisieras… pero eso lo podían hacer quienes tenían posibilidades en un país, en el que, entre otras  cosas, el consumismo de unos era increíblemente grosero; se nos olvida que las mayorías pobres estaban invisibles para los ojos de muchos; que los hospitales estaban en crisis o los militantes de izquierda también sufrieron persecución política. No era una Venezuela de hermanos, como tampoco lo es ahora, porque en el fondo los grandes problemas de ayer siguen estando ahí en estado crónico, empeorando.


Querer al pasado de vuelta es perderse entre las inequidades que ya existían, en una idealización producto de un presente crítico. Por ello, la añoranza en Venezuela debería volar más alto, debería colocar su rostro al futuro, alimentarse de la justicia, equidad, fraternidad, libertad, bienestar que no hubo en el pasado y que ahora tampoco tenemos. Alimentarse también de las lecciones del pasado y del presente, de políticas, acciones, ideas de impacto positivo para construir otra Venezuela. Necesitamos reinventar nuevas rutas, modelos, estrategias, ilusiones que nos permitan seguir apostando por una vida de bienestar para todos. Necesitamos la añoranza de lo que aún no hemos tenido.