“El cuerpo humano aunque está formado por
muchos miembros es un solo cuerpo… El cuerpo no se compone de un solo miembro
sino de muchos… si todo fuera un solo miembro no habría cuerpo…Dios arregló el
cuerpo de tal manera que los miembros menos estimados reciban más honor, para
que no haya desunión en el cuerpo, sino que cada miembro del cuerpo se preocupe
por los otros. Si un miembro del cuerpo sufre, todos los demás sufren también;
y si un miembro recibe atención especial, todos los demás comparten su alegría”
Esto
es parte del Capítulo 12 de Corintios, una hermosísima lectura bíblica que vale
la pena leer completa. Recordaba esta lectura porque es una bella manera de
comprender la unidad. Cada persona es unidad, aunque confluyan muchos miembros
en la conformación de su cuerpo. Cada miembro tiene dones, funciones propias, que
se ponen en juego con un propósito supremo: la vida propia; ninguna de ellas
produce vida por sí misma.
La
unidad del cuerpo es una comparación que San Pablo hace para aproximarnos a lo
que es la unidad en la iglesia, muchos miembros la conforman, inspirados por un mismo Espíritu, unidos por
el amor filial de Dios Padre-Madre, para vivir al servicio de la construcción
de fraternidad, del amor al prójimo, cada uno aporta desde el don propio dado
por Dios y, desde allí, hace parte de la iglesia como un todo. Si bien el
contexto de la lectura está dado por el sentido de lo que Dios ha donado, y la
comprensión de la iglesia como un solo cuerpo en servicio, tiene mucho que decirnos a todos, creyentes o
no, para comprender el significado de la unidad en otros campos de la vida,
incluyendo el político.
La
unidad no es un fin en sí mismo, su sentido es alcanzar propósitos que van más
allá de ella y son imposibles de conquistar en división. Pero estos propósitos,
no pueden ser de cualquier tipo, pues se trata de la vida, del servicio para
dar vida, para resolver las situaciones que nos ponen en distancia el bienestar
común. Una banda de asesinos o una coalición para declarar una guerra, pueden
constituir uniones, pero sus propósitos son destructivos, ¿qué sentido tiene la unidad para la destrucción, la
muerte, la imposición de unos sobre la tragedia de otros? El sentido de la
unidad debe estar colocado en los valores, en la defensa y construcción del
bienestar que puede producir a todos esa
unión y lo que puede florecer más allá de ella. La unidad se construye con el aporte diverso
de cada uno, desde lo que piensa, siente y hace, desde sus bondades o
posibilidades reales. Supone la comprensión del significado del todo, el ajuste
de la parte para no destruir el conjunto; es necesario también asegurar el
máximo en el servicio de los dones y el caminar de todos hacia el propósito que
da sentido a la unión.
En
estos días en que la palabra “unidad” ha sido tan nombrada, vuelvo a constatar,
una vez más, su profunda ausencia. Es increíble como se pierde su sentido
ético, como el llamado a la unidad es
utilizado en el país para mantener hegemonías locales o nacionales. No importa
si se pasa por encima de la voluntad de las mayorías, si es absolutamente
ineficiente una gestión, si la corrupción carcome la actuación de dirigentes,
si las decisiones las toman las cúpulas… lo importante es la unión, pero por el
poder que supone o promete. Esta unidad no acepta cuestionamientos, quien se
atreva a señalar errores y responsables es excluido, la palabra disidente es
sospechosa de traición a la “unidad”. “O
estas conmigo, o contra mi”, frase terrible, tan criticada por unos, finalmente es procedimiento,
solapado o no, de muchos, que limitan la unidad solo a respaldar personas
desdibujando los proyectos. Los malos funcionamientos en el interior de la
unidad de unos y otros se mantienen, se
ocultan creyendo erróneamente que eso los fortalece. Unidad hueca, miope, pende
de un hilo ínfimo enfermo de inmediatez, transitoria; cuando alcanza la raquítica
meta, se desmorona para terminar enfrentadas las partes.
Me
pregunto si es esta la unidad que necesitamos en Venezuela. La unidad no puede perder su condición de
medio, no puede estar por encima de los fines supremos: la democracia, la equidad,
la libertad, la justicia, el respeto a la diversidad, la inclusión, el
bienestar de todos y todas. Unidad para un proyecto consensuado de país, de
comunidad, de sociedad; no para perpetuar poderes o para alcanzarlo y continuar
repitiendo patrones destructivos, que promueven desigualdad, división y
violencia. El poder, como la unidad, no es un fin en si mismo, el poder es del pueblo; la unidad, en todo
caso se debe a la voluntad de ese pueblo que necesita mejorar su situación socioeconómica,
cultural, espiritual, política. Tiene sentido si la resolución de los problemas
graves que tenemos está en el horizonte y en el hacer de todos, para eso no debería haber murallas, aún siendo
diferentes, incluso contrarios política o ideológicamente.
La unidad implica
sacrificio, parte de él es deponer intereses propios egoístas, contraer la
exaltación de las partes, especialmente las más fuertes, dar paso a todas,
especialmente las más débiles; ese sacrificio
tiene como telón de fondo lo que el pueblo espera, no lo que le interesa
a quien quiere mantener su hegemonía, económica o política, esté o no en el
gobierno. Necesitamos un sentido verdaderamente trascendente a la unidad que se
proclama en Venezuela desde diversas esquinas, que nos ayude a ver en el otro
un hermano con el que puedo llegar a acuerdos y emprender acciones por el bien
de ambos, por el bien de todos.