Tenía 24 años cuando comencé a trabajar en Fe y Alegría. Recién salía de la Universidad del Zulia, feliz, con mi título de Licenciada en Educación mención Ciencias Sociales, dispuesta a trabajar en lo que soñaba: en Educación Básica (como se llamaba en ese tiempo), pero además, en Fe y Alegría, porque gracias a los jesuitas, ya me había enamorado de este movimiento antes de pertenecer a él.Así que concursé y salí seleccionada para dar clases como profesora por horas en una escuela en un barrio ubicado al sur de Maracaibo.Jamás olvidaré mi inicio en la
docencia. Era marzo del 89; marzo, no septiembre(mes en que comienza el año
escolar). Sabía que entraba en una escuela con una situación difícil, pues, ya
me habían explicado: la escuela recién atravesaba un fuerte conflicto que
terminó en la suspensión definitiva de
algunos educadores, de modo que el ambiente era de mucha
tensión.
Conocí la escuela. Recuerdo que
me llamó la atención la disposición de las instalaciones, con sus salones
separados como pequeñas salas rodeadas de verde de los árboles que le regalaban
agradable sombra, con sus mesas y sillas provocando el equipo, con buena parte
de sus paredes abiertas a la vida, a la naturaleza. Eran salas modestas y
dignas, sin duda detrás de ese modo de disponer el espacio, había una idea pedagógica; desde entonces la
escuela me encantó.
El primer día de clases entré al salón de 7mo grado, los(as) muchachitos (as) me esperaban llenos
de malestar sentados en sus sillas, nunca pensé que en lugar de alegría iba a
encontrar enojo en mi primer día como profesora, había rabia en sus miradas de
12 y 13 años. No sé en cuál instante, antes de que yo emitiera algún sonido,los
estudiantes comenzaron a darle golpes a las mesas en señal de protesta por la
ausencia de su profesora anterior, gritaban consignas y hacían un ruido estruendoso
que duró pocos minutos, pero que a mí me
parecieron horas eternas. Recuerdo que ese día entendí el significado de la
palabra improvisación, nada,
absolutamente nada de lo que había pensado y programado me servía en ese
momento, ni siquiera una solita clase recibida en la universidad. De algún modo, me aferre a la palabra como
medio para dar paz a esos niños y niñas que aún estaban viviendo el revuelo de
lo que significó ese conflicto. Entonces escribí en el pizarrón “Me llamo Beatriz
García” y les pregunté ¿puedo hablar? Poco a poco fueron haciendo silencio,
entonces les dije “Entiendo por lo que están pasando, no conocí a su profesora,
se que hubo un problema, pero no se
mucho, alguien desea contarme…” Así, sin saber o sabiendo muy poco, comencé a
vivir lo que significaba el diálogo cultural en educación popular, esto lo
entendí años después, años que implicaron pasar de una empatía por el
movimiento, a un convencimiento en cuerpo y alma, del sentido de la educación
popular y de la opción, que se hizo personal, por los niños, niñas y jóvenes de
los sectores populares.
El tiempo pasó, y con él puedo
ver que Fe y Alegría ha vivido muchas cosas; incluso el conflicto ha formado
parte de esta historia. Muchos podemos pensar (como yo al inicio) que en Fe y
Alegría no hay problemas, los conflictos no existen o es fácil ser un buen
docente o directivo en un centro de Fe y Alegría, pero no es así. Fe y Alegría
ha crecido y ha salido adelante viviendo situaciones difíciles con el personal,
con la situación económica, sin tener cómo pagar a sus docentes en una larga
época de absoluta inestabilidad económica, en relaciones con el estado que no
siempre han sido alentadoras,
situaciones difíciles con las familias, las comunidades y estudiantes
que viven la violencia y la pobreza dentro y fuera de sus casas… Pero en medio
de todo ello, el espíritu de amor y entrega por los muchachos que merecen una
educación de calidad ha estado presente y ha permitido trascender a las
dificultades. Seguramente hemos cometido errores porque somos humanos y ellos
no están ajenos a nuestra condición, pero sin duda también hemos aprendido de
esos errores y los llevamos en nuestro morral como equipaje de camino.
Años después, me encontré en un
centro comercial con uno de aquellos primeros estudiantes que tuve, lo vi
acercarse y su rostro me pareció conocido:
-
Usted se llama Beatriz.
-
Si … yo te conozco!
-
¡Claro!!, ¡Usted fue mi profesora de Historia en
la escuela Nueva Venezuela de Fe y Alegría…!
Tampoco podré olvidar jamás esa
emoción compartida en ese instante de encuentro, mucha historia recogida en él.
Le doy gracias a Dios por todo ello, porque con Fe y Alegría me hice, porque he
sido, soy y seguiré siendo, desde cualquier responsabilidad que me toque,
educadora militante de la educación popular.