Marcos, de siete años, leyó a su madre la lectura que la maestra le
había asignado para compartir con su familia. Tomó la hoja y comenzó: “En la
familia, papá vive con mamá y, entre ambos, deben criar a sus hijos en un
ambiente de armonía y unión; así es la familia cristiana…” Marcos terminó de
leer, le siguió un silencio que terminó con lágrimas en los ojos, porque hacía
dos años papi y mami se habían divorciado.
Cuántas
veces obviamos las realidades que viven los estudiantes y en lugar de dar
elementos para construir sus identidades,
desde la valoración de lo que son, colocamos banderillas hirientes en su
historia, que en nada ayudan a comprender lo que viven.
En el
ámbito de la familia, la realidad es diversa, como lo es en la religión, la
política o cualquier aspecto de la vida colectiva; conviven diferentes estructuras
o maneras de constituirla; no existe como modelo
único la familia nuclear tradicionalmente conformada por papá, mamá e hijos
(as) que viven bajo un mismo techo, mucho menos en sociedades, como la nuestra,
donde la familia extensiva (diferentes miembros unidos por lazos consanguíneos:
abuelos, tíos, primos…, incluso miembros unidos por lazos no consanguineos)
están presentes de manera activa en la vida familiar; cada día se abre paso la
familia monoparental (mamá o papá e hijos) e incluso, a pesar de lo
escandaloso que pueda resultar, la familia homoparental (parejas de hombres o
mujeres con (o sin) hijos), o familias con “mis hijos, los tuyos y los
nuestros”. La diversidad en la manera de
estructurar la familia no es nueva,
siempre ha existido, pero quizá ahora se amplía.
Tener
pareja sin una vida compartida, criar hijos en soledad, decidir no tener hijos,
iniciar la vida de familia sin el matrimonio como paso previo, diversos sujetos
compartiendo un techo, los lazos más allá de la consanguinidad o la apelación al divorcio de matrimonios
constituidos, dan cuenta de la brecha que se abre entre la realidad y la
asunción del modelo de familia nuclear; vamos además asistiendo a
transformaciones culturales y sociales que sin duda están teniendo su efecto en
las nuevas formas de constituir familia: el nuevo rol de la mujer en la sociedad y la
apertura hacia la diversidad en las identidades sexuales, constituyen ejemplos visibles de ello.
Es
necesario ampliar la perspectiva al momento de abordar la familia como
contenido educativo si queremos aportar a su fortalecimiento; que, muy por encima
de cualquier crisis, muy por encima de los modelos o de las problemáticas que padece, se
mantendrá, como se ha mantenido en el tiempo, porque todos los seres humanos necesitamos de
una “familia” para poder vivir, para
poder reproducirnos, asumir la crianza de los pequeños, recibir y dar seguridad,
afecto, posibilidades de bienestar económico y social, hasta simplemente por
necesidad de amor y compañía.
Sería
muy negativo ponernos vendas ante la complejidad y la diversidad, sería
negativo si el enfoque de fondo que le
imprimimos a la educación que promovemos se centra en la homogenización, pues
“el modelo ideal” se puede convertir en juez que sataniza la experiencia vital
del otro. No se trata tampoco de negar el modelo de familia nuclear, sino de
flexibilizar el ideal para dar cabida a otros modos de ser familia porque
simplemente existen, se trata además de reubicar el modelo considerando las
relaciones interpersonales, más allá de la estructura; es decir, en poner el
acento en la calidad de las relaciones entre sus miembros, no solo en quiénes
son. Como educadores tendríamos que preguntarnos ¿qué podemos hacer para formar en pro de la construcción de
familia atendiendo a la complejidad y diversidad que vivimos?, si optamos por
el respeto a la diversidad, ¿qué supone esto en el campo de la educación para
la familia?
Quizá
lo primero es que el educador conozca y comprenda la experiencia de familia del
educando, bien sea niño, niña, joven o adulto. Comprenda que “mi familia es la
que tengo”, y ayude a que los estudiantes reconozcan su propio núcleo, asumiendo
y significando sus luces y sombras.
Vale
la pena ayudarles a comprender, que no existe la familia absolutamente
armónica, por el contrario, las familias
viven multiplicidad de situaciones conflictivas; sin embargo, siguen siendo
familia. Porque junto a esas situaciones,
también se viven alegrías, lazos, bondades que mantienen atados a sus miembros.
Que descubran que los seres humanos podemos reconstruir, reorientar, buscar
nuevos modos de vivir y ser feliz cuando no se da el ideal socialmente aceptado.
En este sentido, más que centrar el esfuerzo educativo solo en promover una
estructura de familia, dada la realidad, y sin negar el ideal, el centro de atención debería estar en los estilos de relación que
se establecen dentro de ella, en la manera como se enfrentan los conflictos, en la manera como se distribuyen y se asumen los roles o
responsabilidades, en las actitudes y valores que se viven entre los sujetos
que la conforman; porque puede haber hogares con la presencia de los padres,
pero las relaciones son dañinas y pueden
dejar traumas equiparables a las de un divorcio mal llevado.
Presentemos
experiencias de vida, no solo de parejas, también de abuelas(os), de madres o
padres solteros, hermanos(as)… porque en ellas seguramente habrá luces para vivir, ayudemos que los estudiantes vean
qué valores, dones, enseñanzas…
encuentran en su propia experiencia de vida y en la de otros que les ayude
también a ver la diversidad sin sentirse amenazados (as). Veamos la familia de Jesús de Nazaret como
modelo, si existe una identidad cristiana en el contexto educativo donde se
desarrolla la labor educativa, pero ojalá que sea para descubrir en ella
valores que nos hagan más humanos, no para hacer sentir a los estudiantes que
su familia no es cristiana porque en casa no está papi o mami.
Educar
para la familia supone muchas cosas, hoy subrayo el necesario respeto a la
diversidad, la valoración de lo que tenemos y el poner el acento en lo que nos
hace familia aunque no vivamos el modelo de familia nuclear.
No hay comentarios:
Publicar un comentario