El
16 de abril nos reunimos alrededor de 25 personas en una oficina en el centro
de la ciudad de Maracaibo, en medio de un clima de alta tensión en el país
después de las elecciones, dado el rechazo de sus resultados, denuncia de
fraude y solicitud de auditoría por parte
de la oposición. Veníamos de una noche de cacerolazo propuesto por la
oposición. Éramos compañeros de distintas tendencias políticas: los que
apoyaron a Maduro y, por tanto, veían que la oposición debía aceptar la
legitimidad que le confiere los resultados de las elecciones; los que apoyaban
a Capriles en su denuncia de fraude y solicitud de reconteo de 100% de votos;
los que creían que ambos quieren mantener al país enfrentado y generar
condiciones para un golpe… en fin; los que cacerolearon, los que colocaron
música y los que trataron de entretenerse con otras cosas entre cacerolas,
música y cohetes. Estábamos desde
nuestra condición de ciudadanos distintos tratando de entender qué estaba
pasando en el país, y aunque estábamos convocados para tratar otros asuntos,
pareció que el punto obligado, necesario, urgente e importante era la crisis
política. (Y lo sigue siendo…)
Quiero
referirme a este espacio no por los análisis que se realizaron, por momentos
encontrados, pero en su mayoría coincidentes; quiero hacer mención y compartir lo que fue este momento subrayando
el acto de diálogo, el ejercicio pleno de lo que la palabra desarmada puede
lograr. Cada uno contó situaciones
vividas durante los días anteriores, desde la elección misma, cómo recibió su
desenlace y lo que vino después. Caímos en cuenta de cosas comunes, la más
evidente y que estaba más en la epidermis era la violencia. Muchos vivieron,
como víctima directa o como testigo, situaciones de violencia donde estaban
involucradas personas de la oposición y personas del oficialismo, unas veces
como responsables, otras como víctimas. Es llamativo, pero vimos en esas
experiencias que no se trataba de hordas “fascistas” o del “régimen” organizadas
y armadas que venían explícitamente a acabar con gente de uno u otro bando. No.
Se trataba de gente sencilla, ciudadanos comunes y corrientes que, en una
situación de pasión política desbordada, fue capaz de agredir; como la señora
que lanzó una paila en la cara a otra persona, el que no dejó que un miembro de
la familia caceroleara y terminaron en golpes, o el que caceroleó o colocó cohetes
justo en el frente o la ventana de quien sabía era de otra opinión. Violencias
“pequeñas”, violencias “grandes”, pero era pueblo contra pueblo.
Ver
la experiencia de todos ayudó a sentir que necesitamos repensar el rumbo, porque
están abriendo más la brecha que nos separa, y estamos dejando que nos metan
gol. Podemos expresar nuestros desacuerdos, opiniones, sentimientos, pero desde
el respeto al otro que piensa y siente distinto. Uno de los compañeros decía “¿qué
nos queda de esto?”, los lideres ganarán poder en momentos, lo perderán en
otros… pero ¿qué somos si perdemos los vecinos, los amigos, los familiares
porque también asumimos la intolerancia como respuesta?; ¿qué somos si perdemos
a quienes tenemos al lado, a quien vemos cara a cara? No seríamos más que
personas deshumanizadas. No queremos eso.
Afortunadamente,
porque también así somos, vivimos experiencias de solidaridad, de respeto y
compasión. Una compañera decía que fue a votar en su pueblo y desde donde
estaba tenía que caminar un largo trecho para su centro de votación. Como dicen
“en pueblo pequeño, infierno grande”, todos saben por quien vota cada uno, y la
gente estaba organizada para ayudar a transportar a los de su bando. Pues ella
cuenta cómo en ese camino largo, la vieron y simplemente, la camioneta del otro
bando se paró, ella se montó y con absoluto respeto, en silencio sobre ese
tema, continuaron la marcha, todos sabían que ella no votaría por el candidato
de los que estaban allí, pero eso no fue razón para dejarla, lo mismo le
ocurrió al regreso. Terminó diciendo, “la compasión no tiene color”. ¿No es
grande esto? Por qué en lugar de exacerbar “arrecheras”, no exacerbamos
compasión, bondad, escucha, diálogo.
Hablamos
del diálogo necesario que debe producirse entre las cúpulas del gobierno y
oposición, hablamos de la necesidad de que haya un mínimo de humildad para
respetar, reconocer y concertar. Pero más allá de eso lo que está en nuestras
manos, la de los venezolanos y venezolanas que no estamos en esas cúpulas, es
poder mirarnos a los ojos, reconocer que tenemos derecho a pensar y sentir
distinto, a defender nuestras posiciones, pero desde el respeto mutuo. Nosotros
lo logramos, por eso decimos que sí se puede. Nadie intentó convencer a nadie,
simplemente nos escuchamos. Nadie sintió que el otro era más o menos
inteligente, más o menos venezolano (a). Salimos interpelados, sintiendo que
debemos ser instrumento de paz desde donde estemos, de encuentro en esta
Venezuela de tanta palabra hueca, pero también de tantas posibilidades; terminamos
encontrándonos también como compañeros católicos, evangélicos, ateos… porque en
este tema también somos distintos, pidiendo a Dios PAZ para nuestra querida Venezuela
y sabiduría para ayudar a que sea posible, escucha para saber nterpretar sus
signos en este suelo que es de todos(as).
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