Hay
varias posiciones que un educador podría tomar en el aula y centro educativo ante
un ambiente de conflicto como el que vivimos en Venezuela, conflicto radicalizado
luego del no reconocimiento por parte de la oposición de los resultados de las
pasadas elecciones. Una posición es ignorar el conflicto, otra, tomar posición
y otra más, promover el discernimiento.
No
pocos docentes prefieren pasar por alto la situación, no abordarla, continuar
la rutina del programa de la materia o proyecto de aula como si nada ocurriera.
Este “no pasa nada” puede darse no solo entre educador y estudiantes, sino también
entre colegas. No abordar el conflicto es una posición coherente con un enfoque
de educación centrada en prácticas y contenidos descontextualizados,
desconectados de la realidad que se vive; coherente también con el temor de
abordar los conflictos porque, erróneamente, se considera que así se mantiene
un clima de paz. Aquí es necesario
subrayar que la acción educativa disociada de la realidad simplemente no tiene
sentido; educamos para la vida, para la transformación del mundo que vivimos, ello no es posible si
desconocemos la realidad como fuente de aprendizaje, como principio de donde
parte la acción educativa. También es necesario considerar que la evasión del
conflicto, a la larga, genera distanciamiento, y el malestar solapado, tarde o
temprano brota en violencia; por tanto, no abordarlo se convierte en un mal simulacro de paz.
Otra
reacción es tomar partido, es decir ante la pregunta o planteamiento que surge
en clase, el educador marca a priori su postura y juicio de valor, esto significa
que responde según su afiliación o tendencia política, cosa delicada en este
ambiente de alta polarización, pues podría estar haciéndose parte de ella. “Tomar
partido” puede expresarse también entre colegas, si esto se hace desde el
enfrentamiento, el educador asume
actitudes de enquistamiento en la opinión propia, lo que genera tensión toda
vez que el tema surge. De alguna manera,
hay cierta coherencia de esta posición con un enfoque educativo donde se
aprecia el conocimiento como una verdad que el docente posee y debe enseñar a
los otros que no saben o no la tienen; desde este enfoque educativo se plantea
una relación vertical entre el educador y el alumno, entre el sujeto y el otro
distinto, del que no se tiene nada que aprender. Pero, cada vez es más evidente
que el saber se construye a partir de la investigación en un proceso dinámico; el
saber, la verdad, el conocimiento, la razón… no está en un solo lugar, ni en
una sola persona. Por otra parte, si bien la educación, dada su función social,
nunca será neutral, tampoco podemos hacer de ella un espacio para el
proselitismo partidista o de tendencias específicas, esto sería nefasto para
todos. Aprender ciudadanía responsable para participar en la construcción de
una mejor sociedad, función eminentemente política de la educación, nada tiene que ver con aprender una militancia particular; el educador puede
tenerla, es su derecho, pero no es su militancia, su idea, su posición lo que
va a enseñar.
Hay
otra posición más coherente con un enfoque de educación constructivista y crítica,
en la que el conocimiento parte del saber y experiencia de cada uno, cuya
metodología básica es el diálogo cultural, un diálogo crítico en el que, sobre
la base del intercambio y discernimiento se deconstruyen y construyen saberes. Un
educador que actúa desde ese marco no puede dejar pasar lo que ocurre en la
vida para hacer de ello una experiencia formativa por excelencia, debe poner al
estudiante en situación de aprendizaje a partir de la investigación, ayudar a
colocar en la mesa todas las versiones sobre los conflictos de la realidad;
debe proponer criterios basados en valores humanos para reflexionar lo que
ocurre más allá de lo que pueda ver cada uno, y llegar a promover acciones de
bien para beneficio de todos(as). Se trata de desarrollar en los estudiantes la
capacidad de discernir, analizar, reflexionar sobre la base de criterios éticos,
desarrollar la autonomía necesaria para decidir
por sí mismo en atención a dichos criterios.
Si
queremos alimentar la paz duradera, la reconciliación nombrada por todos y
atendida por pocos en esta coyuntura política de álgido conflicto, debemos entonces recordar: No evadir, no encasillar,
no polarizar, SÍ dialogar en un marco de
comprensión de lo que ocurre y de reconocimiento de los sujetos diferentes.
Desde allí es conveniente, de cara a nuestros estudiantes, pequeños y grandes, tomar
en cuenta lo siguiente:
- Escuchar sus preguntas, comentarios, preocupaciones, experiencias a todos(as) por igual, sin descalificar ni etiquetar.
- Procurar tranquilidad, si hay ansiedad o temores, a través de la palabra oportuna, cercana, brindando afecto y respeto.
- No tomar partido a priori ante los alumnos; el educador es facilitador de la reflexión, eso no se logra si asume de antemano una posición, en todo caso que su posición sea hacer la pregunta y animar a que surjan otras, proponer la situación de aprendizaje para ayudar a pensar críticamente. El educador puede plantear su opinión con honestidad, como una más, entre otras.
- Atender lo que el estudiante necesita, sin abordar campos que no son su eje de interés, o abordarlos paulatinamente, en la medida que se van presentando
- Promover el diálogo entre los pares, pues no tiene por qué ser el educador quien responda o de explicaciones siempre, él puede generar la participación y el compartir de diversidad de puntos de vista interviniendo para orientar.
- Explicar de manera sencilla y sin dramas, especialmente a los más pequeños, la situación conflictiva, haciendo uso de un lenguaje acorde y atendiendo a nuevas preguntas que puedan surgir, dejando abierta la esperanza en la superación de los conflictos y en que pueden ayudar a mejorar si se saben enfrentar y resolver.
- Agudizar los sentidos para VER los hechos, sujetos e interpretaciones a través de informaciones de diversas fuentes.
- Promover el análisis de causas, consecuencias, intereses de diversos grupos involucrados, la verdad, y no tan verdad, que puede haber en cada uno.
- Plantear la reflexión sobre valores y actitudes vinculadas a la paz, el diálogo, la democracia, el respeto… y cómo promoverlas en medio del conflicto.
- Promover la reflexión sobre soluciones, alternativas, interpretaciones sobre lo que se puede hacer para resolver el conflicto, invitando a pequeñas acciones posibles en sus espacios de convivencia.
- Invitar y compartir la experiencia de diálogo en la familia para que se fortalezca la construcción de paz y ciudadanía en ella.
- Realizar actividades que ayuden a tener paz interior, a relajarse, a tener calma, a dialogar escuchando con respeto a los compañeros(as). La oración y la relajación sin duda ayudaría a fortalecer el espíritu de paz.
- Cantar, bailar, dramatizar, jugar, pintar, orar… la construcción de la Venezuela que queremos desde el diálogo posible.
Un
educador que asuma estos pequeños pasos o recomendaciones, desde el enfoque
planteado, debe vivir en sí mismo la búsqueda de las verdades entretejidas
en este laberinto. Una alta cuota de discernimiento vamos a necesitar para no desapegarnos
de nuestra misión como formadores de personas y ciudadanos, hermanos en la
construcción de paz y vida.
Quiero agradecerle mucho por este artículo. Igual yo estoy convencido que la educación es preparar al futuro adulto para enfrentar los desafíos de la vida.
ResponderEliminarLa polarización actual hace mucho daño a los niños. Conozco muchos hogares donde la política es el pan de cada día. Incluso ha dividido la cama. Tenemos una situación difícil de manejar, pero sería absurdo mantener a los niños alejado de algo que tarde o temprano les afectará también.
Ojalá que su artículo sea visto por una gran mayoría y podamos darles a nuestros hijos una "educación constructivista y crítica" como bien lo describe usted.
Saludos
@cesmarram
Muchas gracias César, la tarea es difícil, no solo para los educadores... pero a nosotros nos toca un papel fundamental.
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