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lunes, 11 de marzo de 2013

Espiritualidad para los opuestos



Cuando supe de la muerte del presidente, estaba en la calle, con un celular descargado y sin acceso a las redes. Al poderme conectar, entré en twitter y el primer twett que se me puso a la vista fue: “Dios: te devolvemos el problema que nos enviaste. Muere Chávez”. Así como esa frase, llovieron otras tantas. La verdad que no estoy segura si lloré en silencio por el dolor de la pérdida prematura de un líder que revolucionó la vida del país (y en este punto aclaro que no  he sido chavista), o por recibir, una vez más, la bofetada de un odio que carcome nuestra nación  como el cáncer que se llevó a Hugo Chávez Frías la tarde del 5 de marzo.  Han pasado varios días… las descalificaciones no cesan, ahora toman un nuevo aire mucho más cruel y directo ante la nueva coyuntura electoral.

Cada día que pasa constato: vivimos tiempos de vacío espiritual. Tanta religión, tanto santero, tanta nueva era...  ¿nos ha alimentado realmente el espíritu? Porque cuando nos reímos del dolor de otro, cuando celebramos la muerte de una persona en medio del llanto de quienes lo sufren,  estamos reflejando la terrible oscuridad en la que andamos. No lo digo solo por algunos sectores de una oposición ciega, radical en su intolerancia. Lo digo también por un gobierno que delata su pequeñez cuando no concede una medida humanitaria a un preso enfermo, o que no otorga protección a quien rogó por su vida para terminar más tarde impunemente asesinado, o que utiliza un cuerpo y su memoria para hacer campaña electoral. Lo digo incluso por quienes denuncian la inexistencia de Dios en el otro y no ven su propio vacío; por quienes han creado y siguen creando ídolos a nuestra pobre medida: el status, el dinero, el poder, el miedo. Por quienes son capaces de festejar y montar grandes shows alrededor del asesinato de un animal indefenso y otros tantos detalles inmensos que dan cuenta de un humanismo ausente. Vacío espiritual que vivimos, viven unos y otros y que transmiten en sus lenguajes,  actitudes y discursos  multiplicando en sus seguidores la monstruosidad de un modo inhumano de ser, lamentablemente copiado por muchos.

Necesitamos liberarnos del miedo al otro, del apego al poder y la omnipotencia del “hombre”, del afán de imponer la verdad propia que no da espacio a la escucha. Necesitamos alimentar una espiritualidad para el ciudadano común, espiritualidad posible hasta para el que no cree en Dios; porque cada quien, desde su credo, puede sembrar vida, o por el contario, multiplicar la maldad. Una espiritualidad que nos ayude a trascender las tragedias, trabajar en sueños y proyectos comunes, mirar más allá para descubrir lo que nos une y ser capaces de tender puentes.  Espiritualidad para una vida simple, para actitudes de bien que, en silencio, permitan construir grandezas.    Espiritualidad de la unidad, que nos ayude a vernos como iguales, como hermanos, aunque seamos opuestos. Espiritualidad de redención de los históricamente indefensos: los pobres, los niños, las mujeres, los ancianos, los distintos... no para crear nuevas esclavitudes o nuevos execrados, sino para dar cabida a todos y todas, con sus nombres y apellidos.

Podemos ser testimonio vivo de apertura  y flexibilidad para el encuentro con el misterio del otro; constructores de fraternidad o, al menos, de la convivencia mínima necesaria que nos permita compartir en equidad y justicia un mismo espacio geográfico e histórico.  Caminar en esta dirección supone unos mínimos: el esfuerzo de comprensión de la realidad y sus distintos escenarios y sujetos, el esfuerzo de diálogo como camino para los acuerdos que ayuden a superar la crisis que vivimos, la disposición para ver la basura y las bondades, tanto en los ojos del oponente, como los de mi bando. Quizá necesitamos también unos máximos: una voluntad política y ciudadana  gigante para no reaccionar con odio ante el odio,  para abandonar el interés particular y pensar en el país, perdonar las ofensas y no hacernos eco de ellas.

En este tiempo que vivimos, este tiempo de una Venezuela que duele,  tendremos que hacer un gran esfuerzo por sacar lo mejor que tenemos guardado en el alma, abrir las puertas a las bondades para ofrecerlas por un país, una sociedad que sea expresión de la riqueza propia del espíritu que nos une. Esto se aprende, no sale de la nada, es nuestra corresponsabilidad aprenderlo y enseñarlo.  

Me aferro a la esperanza de que sí vamos a poder levantarnos, que sí pueden crecer voces distintas en medio del tumulto, que sí nacerá la cordura porque no dejaremos morir nuestro espíritu, ese capaz de ver en el otro un hermano con el mismo derecho que yo a una vida digna, con talentos y miserias, igual que yo, para hacer patria. Este es mi credo, este es mi acto de fe.  

3 comentarios:

  1. Excelente reflexión amiga Beatriz! es la hora de la fraternidad o por lo menos del respeto.

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  2. Secundo cada una de tus palabras, Beatriz, y las comparto en otras redes.
    Agregaría, como bonus track, a ese credo o sueño de país, un país en el que no tengamos que "aclarar" de qué tendencia política somos para de alguna manera prevenir al que lee la naturaleza de nuestra opinión.
    Un abrazo fraterno!

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