Se nos fue Eduardo Galeano. Generaciones
completas “descubrimos” América de la mano de su pensamiento crítico. Recuerdo
que cuando leí uno de sus más famosos libros “Las venas Abiertas de América
Latina” no fue la exactitud en el uso de los conceptos de las ciencias económicas y sociales lo que percibí en
aquella aproximación a su modo de entender la historia de este continente. Lo
que quedó sembrado en la experiencia de encuentro con sus letras fue el amor profundo por los pueblos originarios y
por la Patria Grande presa de las colonizaciones que intervinieron este suelo a
lo largo de los siglos. No volvimos a pensar igual después de ideas que removieron nuestros pies
para ubicarnos en otro ángulo de análisis de la realidad en una época de gran
efervescencia revolucionaria.
El deseo de recuperación de la
historia no oficial estaba allí plasmado, en palabras inyectadas de pasión, como
ha sido su discurso incendiario de conciencias. Galeano nos enseñó algo más
profundo y dramático que un concepto, enseñó la riqueza de una sensibilidad volcada a la
comprensión del otro distinto, de lo que somos y vivimos en este continente. Con
él abrimos las páginas de las historias
de los vencidos para entender el terror y el heroísmo, la muerte y la vida, la
esclavitud y la libertad desde los ojos de Moctezuma en México en plena
conquista, o de Túpac Amaru en Perú en su resistencia al poder colonial o del uruguayo Artigas en la lucha contra
grandes terratenientes y comerciantes. ¿Ideologización en lugar de
historiografía?¿Literatura en lugar de conocimiento científico? Son juicios que
poco importan ahora. Importa que aportó en la comprensión de lo que somos. ¿Acaso
hay alguna interpretación que escape de la ideología? ¿Acaso la literatura no
es un modo de resucitar, de inyectar vida en la aproximación a los hechos? ¿Acaso
hay alguna historia con verdades absolutas?
Galeano nos reveló a los “nadie”:
“los hijos de nadie, los dueños de nada/ los ninguno, los ninguneados… que no
son, aunque sean/ que no hablan idiomas,
sino dialectos/ que no hacen arte, sino artesanía/ que no practican cultura,
sino folklore…”. Esos “nadie” mutilados
una y otra vez en este mundo patas arriba que los poderes constituidos de fuera (y de dentro) han creado.
Galeano nos ayudó a comprender más allá de las fronteras propias las razones de
la explotación, a develar matrices de colonialismo escondidas en la cultura. Galeano
enseñó el sentido de la utopía desde un realismo infinito, sus palabras
andantes ayudaron a mantenernos en camino del lado de la esperanza de otro
mundo posible. Galeano enseñó coraje para revelarse, para pronunciar con fuerza
la palabra propia. Alentó la rebeldía en la historia de la izquierda
latinoamericana que se la jugó entre dictaduras; otra cosa es que, parte de esa
izquierda, en el presente, no le haga honor a sus luchas.
Mucha tela se ha cortado desde la
influencia del pensamiento de Galeano, otros análisis se han planteado para
explicar los mismos hechos; pero la situación de sujeción de América Latina de
fondo permanece. No somos territorio
liberado, las democracias tienen un largo trecho que recorrer para forjar
justicia y equidad, tienen un gran alerta para no perder la libertad que tanto
costó conquistar, continuamos ninguneando gente, culturas, géneros, ideales.
Por ello seguirá vigente el enfoque de reflexión crítica sobre lo que vivimos, continuará
con sentido el punto de vista que intenta encontrar la voz del indignado. Por
eso Galeano seguirá vivo, aunque la utopia llore su partida física, estará en
sus memorias del fuego, permanecerá en las venas abiertas de América Latina.
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