¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

viernes, 26 de abril de 2013

Educación y conflicto


Hay varias posiciones que un educador podría tomar en el aula y centro educativo ante un ambiente de conflicto como el que vivimos en Venezuela, conflicto radicalizado luego del no reconocimiento por parte de la oposición de los resultados de las pasadas elecciones. Una posición es ignorar el conflicto, otra, tomar posición y otra más, promover el discernimiento.

No pocos docentes prefieren pasar por alto la situación, no abordarla, continuar la rutina del programa de la materia o proyecto de aula como si nada ocurriera. Este “no pasa nada” puede darse no solo entre educador y estudiantes, sino también entre colegas. No abordar el conflicto es una posición coherente con un enfoque de educación centrada en prácticas y contenidos descontextualizados, desconectados de la realidad que se vive; coherente también con el temor de abordar los conflictos porque, erróneamente, se considera que así se mantiene un clima de paz.  Aquí es necesario subrayar que la acción educativa disociada de la realidad simplemente no tiene sentido; educamos para la vida, para la transformación  del mundo que vivimos, ello no es posible si desconocemos la realidad como fuente de aprendizaje, como principio de donde parte la acción educativa. También es necesario considerar que la evasión del conflicto, a la larga, genera distanciamiento, y el malestar solapado, tarde o temprano brota en violencia; por tanto, no abordarlo se convierte en un mal simulacro de paz. 

Otra reacción es tomar partido, es decir ante la pregunta o planteamiento que surge en clase, el educador marca a priori su postura y juicio de valor, esto significa que responde según su afiliación o tendencia política, cosa delicada en este ambiente de alta polarización, pues podría estar haciéndose parte de ella. “Tomar partido” puede expresarse también entre colegas, si esto se hace desde el enfrentamiento, el educador  asume actitudes de enquistamiento en la opinión propia, lo que genera tensión toda vez que el tema surge.  De alguna manera, hay cierta coherencia de esta posición con un enfoque educativo donde se aprecia el conocimiento como una verdad que el docente posee y debe enseñar a los otros que no saben o no la tienen; desde este enfoque educativo se plantea una relación vertical entre el educador y el alumno, entre el sujeto y el otro distinto, del que no se tiene nada que aprender. Pero, cada vez es más evidente que el saber se construye a partir de la investigación en un proceso dinámico; el saber, la verdad, el conocimiento, la razón… no está en un solo lugar, ni en una sola persona. Por otra parte, si bien la educación, dada su función social, nunca será neutral, tampoco podemos hacer de ella un espacio para el proselitismo partidista o de tendencias específicas, esto sería nefasto para todos. Aprender ciudadanía responsable para participar en la construcción de una mejor sociedad, función eminentemente política de la educación,  nada tiene que ver con aprender una  militancia particular; el educador puede tenerla, es su derecho, pero no es su militancia, su idea, su posición lo que va a enseñar.  

Hay otra posición más coherente con un enfoque de educación constructivista y crítica, en la que el conocimiento parte del saber y experiencia de cada uno, cuya metodología básica es el diálogo cultural, un diálogo crítico en el que, sobre la base del intercambio y discernimiento se deconstruyen y construyen saberes. Un educador que actúa desde ese marco no puede dejar pasar lo que ocurre en la vida para hacer de ello una experiencia formativa por excelencia, debe poner al estudiante en situación de aprendizaje a partir de la investigación, ayudar a colocar en la mesa todas las versiones sobre los conflictos de la realidad; debe proponer criterios basados en valores humanos para reflexionar lo que ocurre más allá de lo que pueda ver cada uno, y llegar a promover acciones de bien para beneficio de todos(as). Se trata de desarrollar en los estudiantes la capacidad de discernir, analizar, reflexionar sobre la base de criterios éticos, desarrollar la autonomía necesaria  para decidir por sí mismo en atención a dichos criterios.

Si queremos alimentar la paz duradera, la reconciliación nombrada por todos y atendida por pocos en esta coyuntura política de álgido conflicto, debemos  entonces recordar: No evadir, no encasillar, no polarizar, SÍ  dialogar en un marco de comprensión de lo que ocurre y de reconocimiento de los sujetos diferentes. Desde allí es conveniente, de cara a nuestros estudiantes, pequeños y grandes, tomar en cuenta lo siguiente:

  1. Escuchar sus preguntas, comentarios, preocupaciones, experiencias a todos(as) por igual, sin descalificar ni etiquetar.
  2. Procurar tranquilidad, si hay ansiedad o temores, a través de la palabra oportuna, cercana, brindando afecto y respeto.
  3. No  tomar partido a priori ante los alumnos; el educador es facilitador de la reflexión, eso no se logra si asume de antemano una posición, en todo caso que su posición sea hacer la pregunta y animar a que surjan otras, proponer la situación de aprendizaje  para ayudar a pensar críticamente. El educador puede plantear su opinión con honestidad, como una más, entre otras.
  4.  Atender lo que el estudiante necesita, sin abordar campos que no son su eje de interés, o abordarlos paulatinamente, en la medida que se van presentando
  5. Promover el diálogo entre los pares, pues no tiene por qué ser el educador quien responda o de explicaciones siempre, él puede generar la participación y el compartir de diversidad de puntos de vista interviniendo para orientar.
  6. Explicar de manera sencilla y sin dramas, especialmente a los más pequeños, la situación conflictiva, haciendo uso de un lenguaje acorde y atendiendo a nuevas preguntas que puedan surgir, dejando abierta la esperanza en la superación de los conflictos y en que pueden ayudar a mejorar si se saben enfrentar y resolver.
  7. Agudizar los sentidos para VER los hechos, sujetos e interpretaciones a través de informaciones de diversas fuentes.
  8. Promover el análisis de causas, consecuencias, intereses de diversos grupos involucrados, la verdad, y no tan verdad, que puede haber en cada uno.
  9. Plantear la reflexión sobre valores y actitudes vinculadas a la paz, el diálogo, la democracia, el respeto…  y cómo promoverlas en medio del conflicto.
  10. Promover la reflexión sobre soluciones, alternativas, interpretaciones sobre lo que se puede hacer para resolver el conflicto,  invitando a pequeñas acciones posibles en sus espacios de convivencia.
  11. Invitar y compartir la experiencia de diálogo en la familia para que se fortalezca la construcción de paz y ciudadanía en ella.
  12. Realizar actividades que ayuden a tener paz interior, a relajarse, a tener calma, a dialogar escuchando con respeto a los compañeros(as). La oración y la relajación sin duda ayudaría a fortalecer el espíritu de paz.
  13. Cantar, bailar, dramatizar, jugar, pintar, orar… la construcción de la Venezuela que queremos desde el diálogo posible.

Un educador que asuma estos pequeños pasos o recomendaciones, desde el enfoque planteado, debe vivir en sí mismo la búsqueda de las verdades entretejidas en este laberinto. Una alta cuota de discernimiento vamos a necesitar para no desapegarnos de nuestra misión como formadores de personas y ciudadanos, hermanos en la construcción de paz y vida.

jueves, 18 de abril de 2013

SÍ SE PUEDE




El 16 de abril nos reunimos alrededor de 25 personas en una oficina en el centro de la ciudad de Maracaibo, en medio de un clima de alta tensión en el país después de las elecciones, dado el rechazo de sus resultados, denuncia de fraude  y solicitud de auditoría por parte de la oposición. Veníamos de una noche de cacerolazo propuesto por la oposición. Éramos compañeros de distintas tendencias políticas: los que apoyaron a Maduro y, por tanto, veían que la oposición debía aceptar la legitimidad que le confiere los resultados de las elecciones; los que apoyaban a Capriles en su denuncia de fraude y solicitud de reconteo de 100% de votos; los que creían que ambos quieren mantener al país enfrentado y generar condiciones para un golpe… en fin; los que cacerolearon, los que colocaron música y los que trataron de entretenerse con otras cosas entre cacerolas, música y cohetes.  Estábamos desde nuestra condición de ciudadanos distintos tratando de entender qué estaba pasando en el país, y aunque estábamos convocados para tratar otros asuntos, pareció que el punto obligado, necesario, urgente e importante era la crisis política. (Y lo sigue siendo…)

Quiero referirme a este espacio no por los análisis que se realizaron,  por momentos  encontrados, pero en su mayoría coincidentes; quiero hacer mención  y compartir lo que fue este momento subrayando el acto de diálogo, el ejercicio pleno de lo que la palabra desarmada puede lograr.  Cada uno contó situaciones vividas durante los días anteriores, desde la elección misma, cómo recibió su desenlace y lo que vino después. Caímos en cuenta de cosas comunes, la más evidente y que estaba más en la epidermis era la violencia. Muchos vivieron, como víctima directa o como testigo, situaciones de violencia donde estaban involucradas personas de la oposición y personas del oficialismo, unas veces como responsables, otras como víctimas. Es llamativo, pero vimos en esas experiencias que no se trataba de hordas “fascistas” o del “régimen” organizadas y armadas que venían explícitamente a acabar con gente de uno u otro bando. No. Se trataba de gente sencilla, ciudadanos comunes y corrientes que, en una situación de pasión política desbordada, fue capaz de agredir; como la señora que lanzó una paila en la cara a otra persona, el que no dejó que un miembro de la familia caceroleara y terminaron en golpes, o el que caceroleó o colocó cohetes justo en el frente o la ventana de quien sabía era de otra opinión. Violencias “pequeñas”, violencias “grandes”, pero era pueblo contra pueblo.

Ver la experiencia de todos ayudó a sentir que necesitamos repensar el rumbo, porque están abriendo más la brecha que nos separa, y estamos dejando que nos metan gol. Podemos expresar nuestros desacuerdos, opiniones, sentimientos, pero desde el respeto al otro que piensa y siente distinto. Uno de los compañeros decía “¿qué nos queda de esto?”, los lideres ganarán poder en momentos, lo perderán en otros… pero ¿qué somos si perdemos los vecinos, los amigos, los familiares porque también asumimos la intolerancia como respuesta?; ¿qué somos si perdemos a quienes tenemos al lado, a quien vemos cara a cara? No seríamos más que personas deshumanizadas. No queremos eso.

Afortunadamente, porque también así somos, vivimos experiencias de solidaridad, de respeto y compasión. Una compañera decía que fue a votar en su pueblo y desde donde estaba tenía que caminar un largo trecho para su centro de votación. Como dicen “en pueblo pequeño, infierno grande”, todos saben por quien vota cada uno, y la gente estaba organizada para ayudar a transportar a los de su bando. Pues ella cuenta cómo en ese camino largo, la vieron y simplemente, la camioneta del otro bando se paró, ella se montó y con absoluto respeto, en silencio sobre ese tema, continuaron la marcha, todos sabían que ella no votaría por el candidato de los que estaban allí, pero eso no fue razón para dejarla, lo mismo le ocurrió al regreso. Terminó diciendo, “la compasión no tiene color”. ¿No es grande esto? Por qué en lugar de exacerbar “arrecheras”, no exacerbamos compasión, bondad, escucha, diálogo.

Hablamos del diálogo necesario que debe producirse entre las cúpulas del gobierno y oposición, hablamos de la necesidad de que haya un mínimo de humildad para respetar, reconocer y concertar. Pero más allá de eso lo que está en nuestras manos, la de los venezolanos y venezolanas que no estamos en esas cúpulas, es poder mirarnos a los ojos, reconocer que tenemos derecho a pensar y sentir distinto, a defender nuestras posiciones, pero desde el respeto mutuo. Nosotros lo logramos, por eso decimos que sí se puede. Nadie intentó convencer a nadie, simplemente nos escuchamos. Nadie sintió que el otro era más o menos inteligente, más o menos venezolano (a). Salimos interpelados, sintiendo que debemos ser instrumento de paz desde donde estemos, de encuentro en esta Venezuela de tanta palabra hueca, pero también de tantas posibilidades; terminamos encontrándonos también como compañeros católicos, evangélicos, ateos… porque en este tema también somos distintos, pidiendo a Dios PAZ para nuestra querida Venezuela y sabiduría para ayudar a que sea posible, escucha para saber nterpretar sus signos en este suelo que es de todos(as).

sábado, 13 de abril de 2013

Gimnasia para después de elecciones



Después de este relámpago contundente que ha significado la campaña electoral en Venezuela, vamos a necesitar ejercitar dos verbos esenciales para poder convivir en paz y tratar de avanzar hacia la superación de la polarización. Esos verbos son: reconocer y concertar. 

La  democracia y, por consiguiente las elecciones, trata, entre otras cosas, de que la mayoría decide lo que considera conveniente al país, y de que todos acatan la decisión de esa mayoría. Reconocer los resultados de la consulta supone respetar no solo el resultado, sino a sus partidarios. La mayoría no es ignorante, vende patria, golpista o cualquier calificativo ofensivo  porque opte por una u otra alternativa. Justamente, en democracia, cada quien tiene la posibilidad de expresarse, de hacer ejercicio de su derecho y deber, por ello nadie bota el voto, todos votan con sentido; no existen unos que votan bien y otros mal. A todos nos toca entender que lo racional, inteligente, culto o adecuado, no es solo lo que pienso; en este juego de intereses, las razones del otro son también válidas. Por ello, aquí se trata de reconocer lo que quiere la mayoría, aunque no lo comparta, aceptar sin recriminaciones, ni  sabotajes.

Pero también es necesario reconocer la minoría. Hay una parte del país que se verá desfavorecida con el resultado, que cree y seguirá creyendo en la alternativa contraria. La minoría, también identificada en aquellos que no logran ver en ninguna opción un camino convincente, los que no logran recuperar la confianza en ninguna propuesta o líder, esos “ni ni” queridos por nadie porque son una piedra en el zapato, o de aquellos que se mantienen al margen, pues no se sienten llamados a participar como ciudadanos en el espacio público. Reconocer la minoría diversa porque todos son sujeto de derecho. Todos somos “otro”, merecedores de respeto,  hasta vendría bien simplemente contemplarnos en la diversidad para redescubrir que existimos.

Este es un verbo complejo, pero podemos practicar al menos algunas actitudes indicativas de su incorporación en nuestro itinerario de vida. Algo tan simple como reconocer al ganador; tan simple como no ofender ni hacerse eco de ofensas, de esas con las que se inundó el facebook el 8 de octubre de 2012; guardar silencio para comprender y escuchar al otro antes de ponerme a convencerlo de lo inapropiado de su opinión. Tan sencillo como respirar profundo y cargarnos de un poco de humildad para admitir equivocaciones y enmendar, esto sin duda ayudaría a  generar confianza, esa palabra tan dura de recuperar cuando se pierde. Tan apropiado como desterrar la burla y el cinismo, o simplemente dejarlas que pasen sin afecciones.

Todos tenemos diferencias en nuestras percepciones de la realidad, pero también tenemos puntos de encuentro. Si nos ponemos a definir nuestro sueño de país, seguramente habrá  rasgos que se aproximan. Es aquí cuando nos encontramos en condiciones para conjugar el otro verbo. Concertar supone poner en ejercicio la capacidad de  ver lo que nos une, porque esos puntos de coincidencia que existen en los qué y los cómo construimos país, puede que estén allí más cerca que lejos. A menudo la oposición ha asumido una actitud de absoluto rechazo a las iniciativas y propuestas del gobierno, a menudo el gobierno ha reaccionado alérgicamente ante la diferencia. Podemos hacer el ejercicio de ver con positividad lo que puede ser conveniente para todos, sin que eso signifique una suerte de abandono de la opción política.

Lo radical en la democracia debe ser el acuerdo para poder convivir unos y otros sin abusos ni colonialismos. Concertar implica dialogar, necesitamos un llamado al diálogo a los distintos sectores del país con una agenda sobre los problemas neurálgicos que vivimos; un diálogo donde podamos valorar las iniciativas que se han adelantado en diversas materias y donde se pueda incorporar nuevas apreciaciones y aportes. Un diálogo incluyente que permita matizar, evitar el radicalismo y ese afán dañino de culpabilizar eternamente, cuyo interés supremo que mueva no sea  el dinero, sino el bienestar de toda Venezuela.

El primero que debe convertir en acción este verbo es el líder vencedor y su equipo, ellos deben poner la pauta, es decir la mediación para lograr la concertación. Pero también están los líderes de la oposición, porque mal papel harían si se enquistan en la indisposición. Ambos deberían pensar en dar paso a líderes apropiados para negociar. Algo se gana y algo se pierde cuando se concerta entre radicales, eso no los desvirtúa, no los vacía de identidad. Si ambos no ven matices, y se mantienen en los extremos, entonces sería sumamente difícil convivir en sana paz. A los ciudadanos también nos toca poner en acción este diálogo, porque si no logramos hacerlo en lo pequeño, en el carrito por puesto, en la casa, en esa amalgama que es la cotidianidad, mal podríamos exigir o esperar que surja en lo grande. Reconocer y concertar, dos verbos, dos acciones, esa es la gimnasia para después de las elecciones.