La
situación de las universidades es crítica, a nadie le queda duda y los
ciudadanos apoyamos la pronta y justa solución que implica un acuerdo entre las partes que beneficie a
todos. Pero como ciudadana, educadora y madre, quiero hacer un llamado de
atención: las luchas reivindicativas, que implican mejoras salariales de
personal, no deberían hacerse en detrimento de la atención de los
beneficiarios.
Ante
un paro de actividades educativas, el afectado es y será el estudiante que no
está en el aula cuando debería estarlo, que no podrá ingresar a la universidad
cuando debió hacerlo, que no aprendió lo que debía aprender porque a su tiempo
para aprender le dimos “materia vista”. El tiempo afectado, es el tiempo del
estudiante, esto es así, no solo en este conflicto, sino en otras situaciones,
como los periodos de elecciones, por ejemplo ¿Quién piensa en el tiempo del
estudiante?, ¿quién presiona para que después del tiempo de paro o de días perdidos, ese tiempo se
reponga?, ¿cuántos días de clases han perdido este año escolar los estudiantes
de todos los niveles? ¿Acaso los educadores van a reponerlo para cumplir con el
tiempo del estudiante?, ¿Acaso el Ministerio va a exigir el cumplimiento de ese
tiempo? La respuesta es clara, ese tiempo NO se repondrá. Una cosa es que el
estudiante universitario decida no ir a clases y otra muy distinta es que el
educador promueva un paro indefinido, decida no laborar, dejando a un lado al
estudiante a quien se debe. Esto a la larga también afecta la universidad en
paro, pues el estudiante y su familia pensarán en otras opciones donde su
tiempo y futuro no se afecte; antes, si ese
estudiante no tenía recursos para ir a la universidad privada, simplemente no
tenía opción, pero hoy la tiene.
Deberíamos
pensar en la pedagogía de la protesta, en las estrategias de protesta. En este
sentido, me pregunto si la autoflagelación: el dejar de comer, cocerse la boca
o causar daños a terceros, maltratar instalaciones… ¿son caminos adecuados para
encausar el malestar y buscar soluciones? En lo personal, ni como madre, ni
como educadora auparía, promovería o
aceptaría que nuestros hijos (y para un educador un estudiante es como
un hijo) laceren su cuerpo. ¿A quiénes o a qué hacen daño? Al muchacho o
muchacha que termina en el hospital por la huelga de hambre, ¿quién lo llora
más?, ¿quién le devolverá su salud? ¿La defensa de nuestros derechos tiene
sentido sobre la base de nuestra autodestrucción?
Todos
tenemos derecho legítimo a protestar, y ante el atropello, todo ciudadano está
obligado a hacerlo, pero sería bueno repensar los términos. Los estudiantes han
sido, son y seguirán siendo admirables por el espíritu de sacrificio y lucha,
pero creo que debemos mantener una ética del cuidado de nosotros mismos y de
los demás. Toda crisis, todo descontento tiene que encausarse con el diálogo,
el gobierno tiene una alta responsabilidad en lograr el diálogo y acuerdo. En
las condiciones políticas que vivimos en Venezuela, las universidades también
deben cuidar no perder de vista su lucha, no caer en el juego de los que quieren
mantener en conflicto el país, a quienes el diálogo no es su opción y por ende
tampoco les importa que otros expongan su “pellejo”.
Soy
de la generación que comenzó a trabajar en Fe y Alegría faltando poco para
nacer el convenio AVEC-Ministerio de Educación, con este convenio se dio inicio
a una historia diferente para los trabajadores de la institución y de numerosos
colegios católicos que nunca tuvieron asegurado su sueldo y que se mantuvieron
en situación, muchas veces de penuria, a
causa de los retrasos en los pagos de sueldos y salarios.
Recuerdo
que mis compañeros contaban cómo, a
pesar de su trabajo diario, se
encontraban con que no tenían absolutamente nada en sus despensas (en un país
donde no había desabastecimiento en los supermercados), y en la nevera solo
guardaban botellones de agua porque con las quincenas o los últimos de mes, el
pago, por vía del subsidio que el gobierno otorgaba, simplemente no llegaba.
Hablo de educadores, personal obrero y administrativo que vivieron en
absoluta inseguridad laboral. Por
supuesto, esta situación generó malestar, inconformidad y conflicto en muchas
ocasiones. Colegios, familias y comunidades, se mantuvieron en lucha por
conquistar un trato justo por parte del Estado, por obtener la homologación con respecto a los
trabajadores del sector público, pues no solo era un problema de pago, sino de
derechos y beneficios laborales.
Fe y
Alegría y AVEC lograron el convenido con el Estado y los trabajadores
comenzaron a tener su sueldo a tiempo y homologado, esto último con reservas. Hay
algo que quiero subrayar en esta experiencia: la meta de ese momento se alcanzó
sin daños ni perjuicios a los estudiantes, ni a sus familias, ni a las
comunidades a quienes se debía la labor educativa. Fe y Alegría y otros
colegios católicos estuvieron en las calles, pero no pararon sus clases, no
paralizaron su trabajo; mucho menos de manera indefinida, esto era simplemente
impensable. Hoy se siguen presentando dificultades relacionadas con la
situación laboral, por retrasos en la firma del convenio y el no cumplimiento a
tiempo de los compromisos, pero dejar a los estudiantes sin clases como medida
de presión para obtener soluciones, no
ha sido y no es una opción.
Hago la
referencia a Fe y Alegría y AVEC solo con el ánimo de ver la experiencia vivida
por otras organizaciones que también han pasado (y pasan) situaciones de
conflicto, con problemáticas salariales y de desatención, tan dramáticas como
las que hoy vive la universidad. Creo en la lucha reivindicativa, en la
protesta de los educadores y de los estudiantes, pero creo también que podemos
hacerlo SIN afectar al lado más indefenso y vulnerable: los estudiantes. Ellos
son jardín de nuestra alegría, y un jardín se protege, se cuida.