El sentimiento de añoranza se
apodera de muchos venezolanos ante la crisis cada vez más virulenta que
vivimos. No es para menos, pues pasar horas en largas colas para conseguir un
producto regulado, no encontrar repuestos para los autos, vivir fuertes enfrentamientos
y descalificaciones por la posición política, entre otras muchas cosas que
experimentamos en el día a día, conduce a una profunda nostalgia al recordar
cómo era Venezuela. No sin razón se añora anaqueles llenos, medicinas en las
farmacias o la posibilidad de estar en la calle sin temor.
La añoranza con su mezcla de
recuerdo y tristeza está, y vale el derecho a sentirla, especialmente porque el
sentimiento impulsa a ver aquello que
ayudó a vivir mejor y que hoy constatamos en retroceso o ausente. Pero la
añoranza como expresión de ensalzamiento del pasado constituye un freno para la
construcción de la Venezuela distinta que necesitamos todos (as); puede ser
dañina si la asumimos como sentimiento y actitud que rige nuestra posición ante
la crisis, si de fondo vemos al pasado con ojos acríticos, como una especie de
edén idílico que fue, desterrando de la memoria los signos de crisis que ya
padecían sectores de la población venezolana en los años anteriores al
chavismo.
Porque una cosa es querer ver lo bueno aprendiendo del pasado para
mejorar, y otra es considerar que todo fue bueno (con su contrapartida: todo es
malo en el presente). Afirmar que en el pasado todos los venezolanos (as)
éramos hermanos, no había diferencias, se respetaba al que pensara
políticamente distinto, vivíamos en unión y en riqueza… es una clara expresión
de una especie de pérdida de memoria; si eso hubiese sido así, en el 89 el caracazo
jamás hubiese existido, o la intentona de golpe o rebelión militar del 4 de
febrero del 92 no hubiese dado lugar, más tarde, al voto masivo de
venezolanos(as) a favor de Hugo Rafael Chávez Frías porque vieron en él una
esperanza para Venezuela. Es verdad, habían anaqueles llenos, y podías comprar
la marca que quisieras, las cantidades que quisieras… pero eso lo podían hacer
quienes tenían posibilidades en un país, en el que, entre otras cosas, el consumismo de unos era increíblemente
grosero; se nos olvida que las mayorías pobres estaban invisibles para los ojos
de muchos; que los hospitales estaban en crisis o los militantes de izquierda
también sufrieron persecución política. No era una Venezuela de hermanos, como
tampoco lo es ahora, porque en el fondo los grandes problemas de ayer siguen
estando ahí en estado crónico, empeorando.
Querer al pasado de vuelta es perderse entre las inequidades que ya
existían, en una idealización producto de un presente crítico. Por ello, la
añoranza en Venezuela debería volar más alto, debería colocar su rostro al
futuro, alimentarse de la justicia, equidad, fraternidad, libertad, bienestar que
no hubo en el pasado y que ahora tampoco tenemos. Alimentarse también de las
lecciones del pasado y del presente, de políticas, acciones, ideas de impacto
positivo para construir otra Venezuela. Necesitamos reinventar nuevas rutas,
modelos, estrategias, ilusiones que nos permitan seguir apostando por una vida
de bienestar para todos. Necesitamos la añoranza de lo que aún no hemos tenido.
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