¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

domingo, 16 de noviembre de 2025

El diálogo y amor de Freire en una educación que transforma personas y contextos

Tenía 16 años. Terminó su último año del bachillerato en Ciencias con la felicidad que produce una meta alcanzada. Sentía que tenía las herramientas principales para abrirse camino en la vida. ¿La razón? Una de ellas lo fue, sin duda, la experiencia de diálogo formativo, espiritual, emocional y comunitario vivido en su paso por el colegio. Diálogo que emergió del amor de sus educadores (as) por el ejercicio de la profesión docente.

“Diálogo” y “Amor”, ambos constituyen dos pilares de una educación que pretende el desarrollo integral de la persona y la construcción de justicia y equidad en el contexto social. Cuando hablamos de diálogo y amor no lo hacemos desde un romanticismo ingenuo, porque no nos referimos a cualquier diálogo, y tampoco a cualquier amor.

Paulo Freire, pedagogo latinoamericano, padre de la educación liberadora, es muy claro en señalar que la educación constituye una experiencia de relación que transforma; por lo que el diálogo es nuclear en toda práctica educativa auténtica. No existe una verdadera educación liberadora o transformadora de personas y contextos, si no existe un verdadero diálogo entre educadores y educandos mediados por su contexto. Hablamos del acto de educar como experiencia de encuentro interpersonal, de reconocimiento y valoración, de aprendizaje mutuo, de allí que el diálogo, al que hacemos referencia, no trata de un simple acto de hablar y escuchar.

Freire hace una férrea crítica a la educación transmisiva, y señala que el proceso de enseñanza y aprendizaje es, ante todo, un proceso de comunicación, donde educador y educando aprenden y construyen colectivamente conocimiento. El diálogo de Freire es contrario a la manera como se establecen las interacciones comunicativas en esa educación transmisiva, donde se asume al educando como depositario del conocimiento de su docente. Freire propugna una pedagogía que entiende el diálogo como metodología y actitud que reconoce al estudiante como sujeto que tiene una experiencia, saber y contexto que debe constituirse como lugar de partida y fuente de aprendizaje.

El diálogo es encuentro entre personas, de sus conciencias, experiencias, pensamientos y sentires que se vinculan y contextualizan, problematizan, deconstruyen, reconstruyen, contrastan con diversos referentes para conocer, aprender, comprender y transformar el mundo. El diálogo, desde la pedagogía de Freire, es constructor de ciudadanía, de sentido de vida y compromiso para la realización personal, comunitaria y la búsqueda del bien común.

Pero el diálogo verdadero en una educación que transforma solo puede surgir del amor. Freire afirma que sin un profundo amor al mundo y a las personas, el diálogo capaz de transformar personas y con ellas, al mundo, no puede existir. El educador o la educadora que ama reconoce la humanidad de sus estudiantes, confía en ellos y ellas, en sus capacidades, escucha y acompaña con respeto, empatía y esperanza. Y esa relación dialógica humaniza y posibilita el encuentro con el otro y otra para reconocerse y comprometerse en la construcción compartida de un mundo mejor. El amor a las personas y al mundo es un amor comprometido con la vida, un amor que lucha, que se activa y moviliza, es la fuerza que humaniza el proceso educativo.

El diálogo, sustentado en el amor, constituye un principio, una actitud y metodología que necesitamos potenciar hoy en las instituciones educativas. La soledad de los adolescentes y jóvenes, los estados de depresión que viven, la falta de sentido de vida y el déficit de compromiso político por una vida colectiva mejor deben interpelar los sistemas educativos empeñados en mantener una educación transmisiva, escasa de verdadero diálogo y amor transformativos.

sábado, 1 de noviembre de 2025

El acoso escolar: más allá de protocolos

Sandra Peña, de 14 años, fue víctima de bullying. Se suicidó hace días atrás, al salir de su escuela. A partir de este fatídico hecho, miles de estudiantes han recorrido calles de diversas ciudades de España en rechazo al acoso escolar, levantando pancartas en recuerdo de Sandra y exigiendo medidas que detengan este flagelo.

Las cifras por acoso escolar de adolescentes en España son preocupantes, según un estudio realizado en 2023 por la Fundación Colacao y la Universidad Complutense de Madrid, el 6,2% de estudiantes entre 4º de Primaria y 4º de Secundaria (casi 220.000) manifiesta sufrir acoso escolar y el 20,4% de las víctimas de acoso (más de 44.000) declara haber intentado quitarse la vida. El panorama mundial también es desalentador: la UNESCO, en su informe “Un entorno seguro para aprender y prosperar: acabar con la violencia en y a través de la educación”, alerta que uno de cada tres escolares declara haber sufrido acoso escolar.

Los reclamos ante muchos de estos casos apuntan especialmente a la no activación de protocolos y a la inacción por parte de las autoridades. Sin embargo, reconociendo la importancia capital de que existan protocolos para tratar el acoso escolar, de que estos se activen y funcionen adecuadamente, es necesario tener una mirada holística del problema. ¿Qué significa esto?

Se trata, entre otras cosas, de poner el foco en una auténtica educación integral: una educación que asuma, de una vez por todas, que los chicos y chicas no solo deben desarrollar sus capacidades cognitivas, sino también su afectividad, espiritualidad, actitudes y valores, sus relaciones sociales, su conciencia ciudadana en clave de equidad, justicia, paz y respeto a la diversidad.

Aprender habilidades emocionales, espirituales y sociales para la convivencia y ciudadanía son aprendizajes centrales en una escuela que quiere formar para la vida; no como técnicas que se aplican mecánicamente o que se aprenden en teoría, sino como forma de vida, como esencia integrada al ser de la persona, que le permite ubicarse de un modo más humano ante la vida, la relación con los otros(as) y el entorno.

Esta no es una tarea solo de las instituciones educativas, lo es también de la familia y de la sociedad en general, porque ¿cómo podemos pedir o exigir a nuestros hijos e hijas, a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, comportamientos que los adultos no somos capaces de demostrar? Solo basta ver los discursos de odio en las redes sociales, el antidiálogo entre políticos, la publicidad cómplice del sexismo, entre otros no pocos ejemplos, que dan cuenta de la total hipocresía de una sociedad que espera respeto por parte de la juventud, en medio de una cultura que exalta precisamente lo contrario.

Como hemos visto con Sandra Peña, y con muchos otros casos, el acoso escolar es factor que puede conducir al suicidio. No es algo simple, no se le puede seguir quitando importancia a través de expresiones como “son juegos” o  “son bromas pesadas, nada más”. No podemos seguir asumiendo que las víctimas deben "aprender a ser fuertes", por lo que no deben hacer caso a los diversos maltratos psicológicos, físicos o verbales que reciben, porque mientras lo viven transcurre tiempo, hasta que el dolor o sufrimiento se hace insoportable.

Necesitamos poner la mirada en quienes maltratan: ¿Qué está generando esas actitudes? Poner la mirada en aquellos(as) que observan los hechos de maltrato y no se movilizan: ¿Qué está ocurriendo con estas personas? Poner la mirada no simplemente para señalar, sino para educar, porque ellos y ellas también deben aprender.

Esto implica mayores esfuerzos en la formación, tanto de familias, como del profesorado y de la ciudadanía en general. Implica una apuesta por crear en las instituciones escolares verdaderas condiciones para un clima de convivencia escolar, donde, entre otras cosas, los docentes puedan concentrarse en la atención a sus estudiantes, más que en los eternos papeleos que muchas veces les consumen.

Apostemos por los protocolos, pero también por todas las otras políticas y acciones, que saquen de las aulas e instituciones educativas los tentáculos de un mal con diferentes rostros al que, lamentablemente, se le ha abierto la puerta en diversos espacios sociales.

jueves, 23 de octubre de 2025

Movilizar la conciencia

Multitudinarias movilizaciones sociales se han producido en diversos lugares del mundo durante estos últimos meses, muchas de ellas realizadas prácticamente al mismo tiempo. Si imagináramos un mapa mundial de estas protestas podríamos intuir un verdadero mosaico. 

En España, Italia, Francia, Reino Unido… entre otros muchos países, un ingente de población ha salido a las calles para protestar contra el genocidio en Gaza; también Estados Unidos ha sido escenario de un aluvión de protestas promovidas por el llamado “No Kings” contra el autoritarismo del presidente Trump. 

En América Latina, hemos seguido en Ecuador, el paro por la eliminación del subsidio a los combustibles, entre otras demandas, con movilizaciones de comunidades indígenas que han sido fuertemente reprimidas por la policía; en Perú también se realizó un paro promovido por comunidades indígenas, campesinas y transportistas que precedió a la salida de la presidenta de ese país; así mismo, en Paraguay ( al igual que en Indonesia y otros lugares del mundo), los jóvenes de la llamada generación “Z” salieron a las calles en protesta contra el gobierno por temas de corrupción, entre otros. Estos son solo unos pocos ejemplos de esa avalancha de movilizaciones que han cruzado el mundo.

¿Qué están mostrando estos hechos? Las movilizaciones, aunque se realizan por razones diversas y en contextos diferentes, son reflejo de un estado de indignación presente, palpable y explosivo, dada las situaciones de violencia, precariedad, violación de derechos humanos, autoritarismos, corrupción… presentes en gran parte del mundo. Estamos muy lejos de lograr, y más de sostener, el bienestar común, el respeto a los derechos humanos y de la naturaleza para una convivencia en paz, esto es el caldo de cultivo principal generador de múltiples conflictos. 

La gente se moviliza porque está indignada, allí se pone de manifiesto la “sana rabia” ante tanto desmán de líderes y gobernantes, poderes políticos y económicos; es producto del acto y actitud de concienciar, de reconocer la injusticia y aquello que la produce para interpelarse e interpelar y, en consecuencia, movilizarse y movilizar. 

Por otra parte, las movilizaciones, aunque constituyen un acto político, porque toda acción social lo es, buena parte de las personas que participan no lo hacen desde la adhesión partidista, sino de manera independiente, desde la convocatoria de asociaciones, organizaciones comunitarias, sindicales, estudiantiles o vecinales que se conectan creando redes con el apoyo de medios de comunicación alternativos. 

Existe un creciente cansancio ante la actuación de los partidos políticos, de sus debates tan encarnizados, como vacíos de sentido, la mayor parte de ellos divorciados de la vida de la ciudadanía; un cansancio y desesperación por la inacción de gobiernos, organismos e instituciones nacionales e internacionales que no apuntan a la resolución efectiva de las problemáticas que se viven. 

Ese cansancio es generador de movimiento, esto no es nuevo, las movilizaciones tienen trayectoria a lo largo del tiempo histórico, pero sus niveles van en aumento, tal como lo ha señalado el informe de la investigación promovida por la Fundación Fiedrich Ebert sobre protestas en el mundo. Es interesante percatarse de que esto puede contradecir la aseveración muy difundida sobre la falta de interés de las personas, y en particular de los jóvenes, por las causas sociales y por la política. Ponemos en duda tal desinterés, el hecho de que exista desconfianza en partidos e instituciones políticas, e incluso en la propia democracia, no se puede traducir como “desinterés político¨. La existencia de las movilizaciones es una señal de ello: importan los demás, importa el dolor producto de la injusticia, la falta de libertades o la desigualdad. 

Las movilizaciones sociales a lo largo de la historia dan cuenta del importante rol que tienen para visibilizar, denunciar, demandar e incidir en la consecución de cambios de políticas y actuaciones de los gobiernos e instancias de poder. Una vez más sigue siendo así, allí están presentes colectivos, comunidades, personas haciendo ejercicio de ciudadanía con sus pies puestos en sus territorios, pero en conexión, con una mirada que traspasa fronteras para incidir más allá de lo que podemos imaginar.