En España, Italia, Francia, Reino Unido… entre otros muchos países, un ingente de población ha salido a las calles para protestar contra el genocidio en Gaza; también Estados Unidos ha sido escenario de un aluvión de protestas promovidas por el llamado “No Kings” contra el autoritarismo del presidente Trump.
En América Latina, hemos seguido en Ecuador, el paro por la eliminación del subsidio a los combustibles, entre otras demandas, con movilizaciones de comunidades indígenas que han sido fuertemente reprimidas por la policía; en Perú también se realizó un paro promovido por comunidades indígenas, campesinas y transportistas que precedió a la salida de la presidenta de ese país; así mismo, en Paraguay ( al igual que en Indonesia y otros lugares del mundo), los jóvenes de la llamada generación “Z” salieron a las calles en protesta contra el gobierno por temas de corrupción, entre otros. Estos son solo unos pocos ejemplos de esa avalancha de movilizaciones que han cruzado el mundo.
¿Qué están mostrando estos hechos? Las movilizaciones, aunque se realizan por razones diversas y en contextos diferentes, son reflejo de un estado de indignación presente, palpable y explosivo, dada las situaciones de violencia, precariedad, violación de derechos humanos, autoritarismos, corrupción… presentes en gran parte del mundo. Estamos muy lejos de lograr, y más de sostener, el bienestar común, el respeto a los derechos humanos y de la naturaleza para una convivencia en paz, esto es el caldo de cultivo principal generador de múltiples conflictos.
La gente se moviliza porque está indignada, allí se pone de manifiesto la “sana rabia” ante tanto desmán de líderes y gobernantes, poderes políticos y económicos; es producto del acto y actitud de concienciar, de reconocer la injusticia y aquello que la produce para interpelarse e interpelar y, en consecuencia, movilizarse y movilizar.
Por otra parte, las movilizaciones, aunque constituyen un acto político, porque toda acción social lo es, buena parte de las personas que participan no lo hacen desde la adhesión partidista, sino de manera independiente, desde la convocatoria de asociaciones, organizaciones comunitarias, sindicales, estudiantiles o vecinales que se conectan creando redes con el apoyo de medios de comunicación alternativos.
Existe un creciente cansancio ante la actuación de los partidos políticos, de sus debates tan encarnizados, como vacíos de sentido, la mayor parte de ellos divorciados de la vida de la ciudadanía; un cansancio y desesperación por la inacción de gobiernos, organismos e instituciones nacionales e internacionales que no apuntan a la resolución efectiva de las problemáticas que se viven.
Ese cansancio es generador de movimiento, esto no es nuevo, las movilizaciones tienen trayectoria a lo largo del tiempo histórico, pero sus niveles van en aumento, tal como lo ha señalado el informe de la investigación promovida por la Fundación Fiedrich Ebert sobre protestas en el mundo. Es interesante percatarse de que esto puede contradecir la aseveración muy difundida sobre la falta de interés de las personas, y en particular de los jóvenes, por las causas sociales y por la política. Ponemos en duda tal desinterés, el hecho de que exista desconfianza en partidos e instituciones políticas, e incluso en la propia democracia, no se puede traducir como “desinterés político¨. La existencia de las movilizaciones es una señal de ello: importan los demás, importa el dolor producto de la injusticia, la falta de libertades o la desigualdad.
Las movilizaciones sociales a lo largo de la historia dan cuenta del importante rol que tienen para visibilizar, denunciar, demandar e incidir en la consecución de cambios de políticas y actuaciones de los gobiernos e instancias de poder. Una vez más sigue siendo así, allí están presentes colectivos, comunidades, personas haciendo ejercicio de ciudadanía con sus pies puestos en sus territorios, pero en conexión, con una mirada que traspasa fronteras para incidir más allá de lo que podemos imaginar.