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sábado, 1 de noviembre de 2025

El acoso escolar: más allá de protocolos

Sandra Peña, de 14 años, fue víctima de bullying. Se suicidó hace días atrás, al salir de su escuela. A partir de este fatídico hecho, miles de estudiantes han recorrido calles de diversas ciudades de España en rechazo al acoso escolar, levantando pancartas en recuerdo de Sandra y exigiendo medidas que detengan este flagelo.

Las cifras por acoso escolar y suicidio de adolescentes en España son preocupantes, según un estudio de la Fundación Colacao y la Universidad Complutense de Madrid, el 6,2% de estudiantes entre 4º de Primaria y 4º de Secundaria (casi 220.000) manifiesta sufrir acoso escolar y el 20,4% de las víctimas de acoso (más de 44.000) declara haber intentado quitarse la vida. El panorama mundial también es desalentador: la UNESCO, en su informe “Un entorno seguro para aprender y prosperar: acabar con la violencia en y a través de la educación”, alerta que uno de cada tres escolares declara haber sufrido acoso escolar.

Los reclamos ante muchos de estos casos apuntan especialmente a la no activación de protocolos y a la inacción por parte de las autoridades. Sin embargo, reconociendo la importancia capital de que existan protocolos para tratar el acoso escolar, de que estos se activen y funcionen adecuadamente, es necesario tener una mirada holística del problema. ¿Qué significa esto?

Se trata, entre otras cosas, de poner el foco en una auténtica educación integral: una educación que asuma, de una vez por todas, que los chicos y chicas no solo deben desarrollar sus capacidades cognitivas, sino también su afectividad, espiritualidad, actitudes y valores, sus relaciones sociales, su conciencia ciudadana en clave de equidad, justicia, paz y respeto a la diversidad.

Aprender habilidades emocionales, espirituales y sociales para la convivencia y ciudadanía son aprendizajes centrales en una escuela que quiere formar para la vida; no como técnicas que se aplican mecánicamente o que se aprenden en teoría, sino como forma de vida, como esencia integrada al ser de la persona, que le permite ubicarse de un modo más humano ante la vida, la relación con los otros(as) y el entorno.

Esta no es una tarea solo de las instituciones educativas, lo es también de la familia y de la sociedad en general, porque ¿cómo podemos pedir o exigir a nuestros hijos e hijas, a los niños, niñas, adolescentes y jóvenes, comportamientos que los adultos no somos capaces de demostrar? Solo basta ver los discursos de odio en las redes sociales, el antidiálogo entre políticos, la publicidad cómplice del sexismo, entre otros no pocos ejemplos, que dan cuenta de la total hipocresía de una sociedad que espera respeto por parte de la juventud, en medio de una cultura que exalta precisamente lo contrario.

Como hemos visto con Sandra Peña, y con muchos otros casos, el acoso escolar es factor que puede conducir al suicidio. No es algo simple, no se le puede seguir quitando importancia a través de expresiones como “son juegos” o  “son bromas pesadas, nada más”. No podemos seguir asumiendo que las víctimas deben "aprender a ser fuertes", por lo que no deben hacer caso a los diversos maltratos psicológicos, físicos o verbales que reciben, porque mientras lo viven transcurre tiempo, hasta que el dolor o sufrimiento se hace insoportable.

Necesitamos poner la mirada en quienes maltratan: ¿Qué está generando esas actitudes? Poner la mirada en aquellos(as) que observan los hechos de maltrato y no se movilizan: ¿Qué está ocurriendo con estas personas? Poner la mirada no simplemente para señalar, sino para educar, porque ellos y ellas también deben aprender.

Esto implica mayores esfuerzos en la formación, tanto de familias, como del profesorado y de la ciudadanía en general. Implica una apuesta por crear en las instituciones escolares verdaderas condiciones para un clima de convivencia escolar, donde, entre otras cosas, los docentes puedan concentrarse en la atención a sus estudiantes, más que en los eternos papeleos que muchas veces les consumen.

Apostemos por los protocolos, pero también por todas las otras políticas y acciones, que saquen de las aulas e instituciones educativas los tentáculos de un mal con diferentes rostros al que, lamentablemente, se le ha abierto la puerta en diversos espacios sociales.

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