¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

miércoles, 22 de mayo de 2013

Raíz de la violencia



“Dos amigos querían ver el amanecer y decidieron pasar la noche a orillas del mar para disfrutar de la belleza de ese momento. Mientras transcurría el tiempo conversaban sobre cómo imaginaban que sería el amanecer. A uno le parecía que sería como un canto de pájaros rojos, naranjas y amarillos que derramaban su colorido sobre la tierra; al otro en cambio, se le ocurría pensar que sería como si la mano de Dios dejara entre las nubes un círculo incandescente cuya luz bañaba las aguas. Mientras hablaban, a cada uno le parecía absurda la imagen del otro y comenzaron a discutir. Cada uno trataba de convencer al otro de lo inapropiado de su imagen. Como no se ponían de acuerdo, pasaron de la conversación a la pelea, que poco a poco dejó de ser sólo verbal, para convertirse también en corporal. Se insultaron, golpearon...y hasta llegaron a arrancarse los ojos. Mientras esto ocurría la luz empezó a bañar las aguas del mar, se escuchaba el canto de los pájaros y el cielo era un mosaico de colores. Pero los amigos, postrados en la arena, ya no tenían ojos para ver la belleza de aquel amanecer”.

Muchas veces actuamos como los amigos de esta historia que escuché hace tiempo. No aceptamos al otro como es, con su manera de pensar, sentir o actuar. Cuando nos encontramos con la diferencia, en lugar de comprenderla, la negamos e imponemos nuestra manera de ver las cosas. No logramos comunicarnos con el otro porque no escuchamos,  y hasta somos capaces de asumir actitudes destructivas con tal de imponer y ganar. Empezamos de a poco: desacuerdos, discusiones, peleas, insultos... y vamos incrementando hasta llegar a estadios mayores de violencia, donde no se descarta ni la misma muerte.

No es exageración. Así empiezan los conflictos, los grandes y los pequeños, los que vivimos en nuestro entorno y los de más lejos. En muchos de ellos impera una misma actitud: la imposición de nuestra verdad, necesidades, ideas, sentimientos, intereses... sobre los demás; el deseo de dominación y ambición, la colonización manifiesta en las relaciones humanas y en las formas de funcionamiento social, económico y político. El otro no existe o es enemigo, importa mi partido, mi religión, mi bienestar, mi estatus, mi poder. Cuando se entra en la dinámica de la intolerancia, del egocentrismo exacerbado y la imposición del “yo”, la violencia se hace procedimiento, entonces,  nada importa… ni siquiera la muerte, ¡hasta se le encuentra sentido!

Nos ahogamos en violencia. Violencias directas e indirectas, personales y sociales, coyunturales y estructurales. Parte de la raíz de todas ellas está en las personas: tenemos el espíritu enfermo por la falta de paz en el corazón, de esa paz que produce desapegarse del poder, el afán de lucro, los miedos, heridas del pasado y prejuicios, desapegarse del fundamentalismo del “yo” para dar cabida a lo común, al otro;  esa paz que hace posible no derrumbarse ante un insulto o maltrato o liberarse de las cadenas que impone la cultura; esa paz que hace capaz de desear bien y tratar con respeto al otro, aunque piense contrario, o de poder  ver el amanecer con aquel aunque lo perciba distinto.

Esa raíz de la violencia también se expande y se enreda en las estructuras injustas de nuestras sociedades reproductoras de la pobreza y desigualdades entre los seres humanos, reproductoras de un modo de relación destructivo de la naturaleza y de las personas. Gandhi decía que "la primera condición de la no violencia es la justicia en absolutamente todos los aspectos de la vida", mientras haya injusticia, mientras haya imposición, pobreza, exclusión, destrucción de la vida en cualquiera de sus manifestaciones, mientras los mínimos  de una ética para la vida colectiva no se respeten y la impunidad se deje correr por las venas de nuestro sistema, la paz quedará lejos de la dinámica social. 

La raíz del problema de violencia es profunda y compleja, por ello no se combate con remedios puntuales, no se termina con nuevos gobiernos (especialmente si mantienen prácticas generadoras de violencia o actúan del mismo modo que critican), ni con más policía o control aunque esto sea necesario. Si no abrimos distintos frentes para atender raíces y aristas, esta batalla la perderemos. Si al DISCURSO sobre paz no le ponemos ACCIONES de paz, verdadera voluntad personal y política el futuro no reportará cambios, no lograremos tener una patria segura y mucho menos pacífica.

La educación entra en este escenario, no como accesorio, sí como fundamento. Requerimos de una educación para la construcción de paz más allá de los centros educativos, una educación contundente que involucre la sociedad toda, enfocada en la recreación del ser, en la ruptura de la lógica del poder maniqueo y del egoísmo, para abrirnos a la lógica de construcción de la comunión, del diálogo y resolución de conflictos. Necesitamos de mejores seres humanos que aniden la paz en su alma y tengan mejores herramientas para recrearla permanentemente, de mejores instituciones, medios, políticas… enfocadas hacia la creación de la paz necesaria y su sostenibilidad, pues sabemos: somos seres y sociedades inconclusas, la paz no la hacemos propia para siempre.

Necesitamos sumar ciudadanía para esta orientación, para una mejor aldea y para un mejor mundo. La tarea que tenemos es del tamaño de las nuevas amenazas de guerra, de la cifra de asesinatos anuales que tenemos en nuestro país o de las agresiones que vivimos o presenciamos en la vida política y social. La violencia se combate de raíz y se vence con paz. Empecemos en nuestros pequeños espacios, esos en los que tenemos absoluta soberanía y hagamos eco, sumemos voces que silencien los gritos de tanto odio.  

viernes, 26 de abril de 2013

Educación y conflicto


Hay varias posiciones que un educador podría tomar en el aula y centro educativo ante un ambiente de conflicto como el que vivimos en Venezuela, conflicto radicalizado luego del no reconocimiento por parte de la oposición de los resultados de las pasadas elecciones. Una posición es ignorar el conflicto, otra, tomar posición y otra más, promover el discernimiento.

No pocos docentes prefieren pasar por alto la situación, no abordarla, continuar la rutina del programa de la materia o proyecto de aula como si nada ocurriera. Este “no pasa nada” puede darse no solo entre educador y estudiantes, sino también entre colegas. No abordar el conflicto es una posición coherente con un enfoque de educación centrada en prácticas y contenidos descontextualizados, desconectados de la realidad que se vive; coherente también con el temor de abordar los conflictos porque, erróneamente, se considera que así se mantiene un clima de paz.  Aquí es necesario subrayar que la acción educativa disociada de la realidad simplemente no tiene sentido; educamos para la vida, para la transformación  del mundo que vivimos, ello no es posible si desconocemos la realidad como fuente de aprendizaje, como principio de donde parte la acción educativa. También es necesario considerar que la evasión del conflicto, a la larga, genera distanciamiento, y el malestar solapado, tarde o temprano brota en violencia; por tanto, no abordarlo se convierte en un mal simulacro de paz. 

Otra reacción es tomar partido, es decir ante la pregunta o planteamiento que surge en clase, el educador marca a priori su postura y juicio de valor, esto significa que responde según su afiliación o tendencia política, cosa delicada en este ambiente de alta polarización, pues podría estar haciéndose parte de ella. “Tomar partido” puede expresarse también entre colegas, si esto se hace desde el enfrentamiento, el educador  asume actitudes de enquistamiento en la opinión propia, lo que genera tensión toda vez que el tema surge.  De alguna manera, hay cierta coherencia de esta posición con un enfoque educativo donde se aprecia el conocimiento como una verdad que el docente posee y debe enseñar a los otros que no saben o no la tienen; desde este enfoque educativo se plantea una relación vertical entre el educador y el alumno, entre el sujeto y el otro distinto, del que no se tiene nada que aprender. Pero, cada vez es más evidente que el saber se construye a partir de la investigación en un proceso dinámico; el saber, la verdad, el conocimiento, la razón… no está en un solo lugar, ni en una sola persona. Por otra parte, si bien la educación, dada su función social, nunca será neutral, tampoco podemos hacer de ella un espacio para el proselitismo partidista o de tendencias específicas, esto sería nefasto para todos. Aprender ciudadanía responsable para participar en la construcción de una mejor sociedad, función eminentemente política de la educación,  nada tiene que ver con aprender una  militancia particular; el educador puede tenerla, es su derecho, pero no es su militancia, su idea, su posición lo que va a enseñar.  

Hay otra posición más coherente con un enfoque de educación constructivista y crítica, en la que el conocimiento parte del saber y experiencia de cada uno, cuya metodología básica es el diálogo cultural, un diálogo crítico en el que, sobre la base del intercambio y discernimiento se deconstruyen y construyen saberes. Un educador que actúa desde ese marco no puede dejar pasar lo que ocurre en la vida para hacer de ello una experiencia formativa por excelencia, debe poner al estudiante en situación de aprendizaje a partir de la investigación, ayudar a colocar en la mesa todas las versiones sobre los conflictos de la realidad; debe proponer criterios basados en valores humanos para reflexionar lo que ocurre más allá de lo que pueda ver cada uno, y llegar a promover acciones de bien para beneficio de todos(as). Se trata de desarrollar en los estudiantes la capacidad de discernir, analizar, reflexionar sobre la base de criterios éticos, desarrollar la autonomía necesaria  para decidir por sí mismo en atención a dichos criterios.

Si queremos alimentar la paz duradera, la reconciliación nombrada por todos y atendida por pocos en esta coyuntura política de álgido conflicto, debemos  entonces recordar: No evadir, no encasillar, no polarizar, SÍ  dialogar en un marco de comprensión de lo que ocurre y de reconocimiento de los sujetos diferentes. Desde allí es conveniente, de cara a nuestros estudiantes, pequeños y grandes, tomar en cuenta lo siguiente:

  1. Escuchar sus preguntas, comentarios, preocupaciones, experiencias a todos(as) por igual, sin descalificar ni etiquetar.
  2. Procurar tranquilidad, si hay ansiedad o temores, a través de la palabra oportuna, cercana, brindando afecto y respeto.
  3. No  tomar partido a priori ante los alumnos; el educador es facilitador de la reflexión, eso no se logra si asume de antemano una posición, en todo caso que su posición sea hacer la pregunta y animar a que surjan otras, proponer la situación de aprendizaje  para ayudar a pensar críticamente. El educador puede plantear su opinión con honestidad, como una más, entre otras.
  4.  Atender lo que el estudiante necesita, sin abordar campos que no son su eje de interés, o abordarlos paulatinamente, en la medida que se van presentando
  5. Promover el diálogo entre los pares, pues no tiene por qué ser el educador quien responda o de explicaciones siempre, él puede generar la participación y el compartir de diversidad de puntos de vista interviniendo para orientar.
  6. Explicar de manera sencilla y sin dramas, especialmente a los más pequeños, la situación conflictiva, haciendo uso de un lenguaje acorde y atendiendo a nuevas preguntas que puedan surgir, dejando abierta la esperanza en la superación de los conflictos y en que pueden ayudar a mejorar si se saben enfrentar y resolver.
  7. Agudizar los sentidos para VER los hechos, sujetos e interpretaciones a través de informaciones de diversas fuentes.
  8. Promover el análisis de causas, consecuencias, intereses de diversos grupos involucrados, la verdad, y no tan verdad, que puede haber en cada uno.
  9. Plantear la reflexión sobre valores y actitudes vinculadas a la paz, el diálogo, la democracia, el respeto…  y cómo promoverlas en medio del conflicto.
  10. Promover la reflexión sobre soluciones, alternativas, interpretaciones sobre lo que se puede hacer para resolver el conflicto,  invitando a pequeñas acciones posibles en sus espacios de convivencia.
  11. Invitar y compartir la experiencia de diálogo en la familia para que se fortalezca la construcción de paz y ciudadanía en ella.
  12. Realizar actividades que ayuden a tener paz interior, a relajarse, a tener calma, a dialogar escuchando con respeto a los compañeros(as). La oración y la relajación sin duda ayudaría a fortalecer el espíritu de paz.
  13. Cantar, bailar, dramatizar, jugar, pintar, orar… la construcción de la Venezuela que queremos desde el diálogo posible.

Un educador que asuma estos pequeños pasos o recomendaciones, desde el enfoque planteado, debe vivir en sí mismo la búsqueda de las verdades entretejidas en este laberinto. Una alta cuota de discernimiento vamos a necesitar para no desapegarnos de nuestra misión como formadores de personas y ciudadanos, hermanos en la construcción de paz y vida.

jueves, 18 de abril de 2013

SÍ SE PUEDE




El 16 de abril nos reunimos alrededor de 25 personas en una oficina en el centro de la ciudad de Maracaibo, en medio de un clima de alta tensión en el país después de las elecciones, dado el rechazo de sus resultados, denuncia de fraude  y solicitud de auditoría por parte de la oposición. Veníamos de una noche de cacerolazo propuesto por la oposición. Éramos compañeros de distintas tendencias políticas: los que apoyaron a Maduro y, por tanto, veían que la oposición debía aceptar la legitimidad que le confiere los resultados de las elecciones; los que apoyaban a Capriles en su denuncia de fraude y solicitud de reconteo de 100% de votos; los que creían que ambos quieren mantener al país enfrentado y generar condiciones para un golpe… en fin; los que cacerolearon, los que colocaron música y los que trataron de entretenerse con otras cosas entre cacerolas, música y cohetes.  Estábamos desde nuestra condición de ciudadanos distintos tratando de entender qué estaba pasando en el país, y aunque estábamos convocados para tratar otros asuntos, pareció que el punto obligado, necesario, urgente e importante era la crisis política. (Y lo sigue siendo…)

Quiero referirme a este espacio no por los análisis que se realizaron,  por momentos  encontrados, pero en su mayoría coincidentes; quiero hacer mención  y compartir lo que fue este momento subrayando el acto de diálogo, el ejercicio pleno de lo que la palabra desarmada puede lograr.  Cada uno contó situaciones vividas durante los días anteriores, desde la elección misma, cómo recibió su desenlace y lo que vino después. Caímos en cuenta de cosas comunes, la más evidente y que estaba más en la epidermis era la violencia. Muchos vivieron, como víctima directa o como testigo, situaciones de violencia donde estaban involucradas personas de la oposición y personas del oficialismo, unas veces como responsables, otras como víctimas. Es llamativo, pero vimos en esas experiencias que no se trataba de hordas “fascistas” o del “régimen” organizadas y armadas que venían explícitamente a acabar con gente de uno u otro bando. No. Se trataba de gente sencilla, ciudadanos comunes y corrientes que, en una situación de pasión política desbordada, fue capaz de agredir; como la señora que lanzó una paila en la cara a otra persona, el que no dejó que un miembro de la familia caceroleara y terminaron en golpes, o el que caceroleó o colocó cohetes justo en el frente o la ventana de quien sabía era de otra opinión. Violencias “pequeñas”, violencias “grandes”, pero era pueblo contra pueblo.

Ver la experiencia de todos ayudó a sentir que necesitamos repensar el rumbo, porque están abriendo más la brecha que nos separa, y estamos dejando que nos metan gol. Podemos expresar nuestros desacuerdos, opiniones, sentimientos, pero desde el respeto al otro que piensa y siente distinto. Uno de los compañeros decía “¿qué nos queda de esto?”, los lideres ganarán poder en momentos, lo perderán en otros… pero ¿qué somos si perdemos los vecinos, los amigos, los familiares porque también asumimos la intolerancia como respuesta?; ¿qué somos si perdemos a quienes tenemos al lado, a quien vemos cara a cara? No seríamos más que personas deshumanizadas. No queremos eso.

Afortunadamente, porque también así somos, vivimos experiencias de solidaridad, de respeto y compasión. Una compañera decía que fue a votar en su pueblo y desde donde estaba tenía que caminar un largo trecho para su centro de votación. Como dicen “en pueblo pequeño, infierno grande”, todos saben por quien vota cada uno, y la gente estaba organizada para ayudar a transportar a los de su bando. Pues ella cuenta cómo en ese camino largo, la vieron y simplemente, la camioneta del otro bando se paró, ella se montó y con absoluto respeto, en silencio sobre ese tema, continuaron la marcha, todos sabían que ella no votaría por el candidato de los que estaban allí, pero eso no fue razón para dejarla, lo mismo le ocurrió al regreso. Terminó diciendo, “la compasión no tiene color”. ¿No es grande esto? Por qué en lugar de exacerbar “arrecheras”, no exacerbamos compasión, bondad, escucha, diálogo.

Hablamos del diálogo necesario que debe producirse entre las cúpulas del gobierno y oposición, hablamos de la necesidad de que haya un mínimo de humildad para respetar, reconocer y concertar. Pero más allá de eso lo que está en nuestras manos, la de los venezolanos y venezolanas que no estamos en esas cúpulas, es poder mirarnos a los ojos, reconocer que tenemos derecho a pensar y sentir distinto, a defender nuestras posiciones, pero desde el respeto mutuo. Nosotros lo logramos, por eso decimos que sí se puede. Nadie intentó convencer a nadie, simplemente nos escuchamos. Nadie sintió que el otro era más o menos inteligente, más o menos venezolano (a). Salimos interpelados, sintiendo que debemos ser instrumento de paz desde donde estemos, de encuentro en esta Venezuela de tanta palabra hueca, pero también de tantas posibilidades; terminamos encontrándonos también como compañeros católicos, evangélicos, ateos… porque en este tema también somos distintos, pidiendo a Dios PAZ para nuestra querida Venezuela y sabiduría para ayudar a que sea posible, escucha para saber nterpretar sus signos en este suelo que es de todos(as).

sábado, 13 de abril de 2013

Gimnasia para después de elecciones



Después de este relámpago contundente que ha significado la campaña electoral en Venezuela, vamos a necesitar ejercitar dos verbos esenciales para poder convivir en paz y tratar de avanzar hacia la superación de la polarización. Esos verbos son: reconocer y concertar. 

La  democracia y, por consiguiente las elecciones, trata, entre otras cosas, de que la mayoría decide lo que considera conveniente al país, y de que todos acatan la decisión de esa mayoría. Reconocer los resultados de la consulta supone respetar no solo el resultado, sino a sus partidarios. La mayoría no es ignorante, vende patria, golpista o cualquier calificativo ofensivo  porque opte por una u otra alternativa. Justamente, en democracia, cada quien tiene la posibilidad de expresarse, de hacer ejercicio de su derecho y deber, por ello nadie bota el voto, todos votan con sentido; no existen unos que votan bien y otros mal. A todos nos toca entender que lo racional, inteligente, culto o adecuado, no es solo lo que pienso; en este juego de intereses, las razones del otro son también válidas. Por ello, aquí se trata de reconocer lo que quiere la mayoría, aunque no lo comparta, aceptar sin recriminaciones, ni  sabotajes.

Pero también es necesario reconocer la minoría. Hay una parte del país que se verá desfavorecida con el resultado, que cree y seguirá creyendo en la alternativa contraria. La minoría, también identificada en aquellos que no logran ver en ninguna opción un camino convincente, los que no logran recuperar la confianza en ninguna propuesta o líder, esos “ni ni” queridos por nadie porque son una piedra en el zapato, o de aquellos que se mantienen al margen, pues no se sienten llamados a participar como ciudadanos en el espacio público. Reconocer la minoría diversa porque todos son sujeto de derecho. Todos somos “otro”, merecedores de respeto,  hasta vendría bien simplemente contemplarnos en la diversidad para redescubrir que existimos.

Este es un verbo complejo, pero podemos practicar al menos algunas actitudes indicativas de su incorporación en nuestro itinerario de vida. Algo tan simple como reconocer al ganador; tan simple como no ofender ni hacerse eco de ofensas, de esas con las que se inundó el facebook el 8 de octubre de 2012; guardar silencio para comprender y escuchar al otro antes de ponerme a convencerlo de lo inapropiado de su opinión. Tan sencillo como respirar profundo y cargarnos de un poco de humildad para admitir equivocaciones y enmendar, esto sin duda ayudaría a  generar confianza, esa palabra tan dura de recuperar cuando se pierde. Tan apropiado como desterrar la burla y el cinismo, o simplemente dejarlas que pasen sin afecciones.

Todos tenemos diferencias en nuestras percepciones de la realidad, pero también tenemos puntos de encuentro. Si nos ponemos a definir nuestro sueño de país, seguramente habrá  rasgos que se aproximan. Es aquí cuando nos encontramos en condiciones para conjugar el otro verbo. Concertar supone poner en ejercicio la capacidad de  ver lo que nos une, porque esos puntos de coincidencia que existen en los qué y los cómo construimos país, puede que estén allí más cerca que lejos. A menudo la oposición ha asumido una actitud de absoluto rechazo a las iniciativas y propuestas del gobierno, a menudo el gobierno ha reaccionado alérgicamente ante la diferencia. Podemos hacer el ejercicio de ver con positividad lo que puede ser conveniente para todos, sin que eso signifique una suerte de abandono de la opción política.

Lo radical en la democracia debe ser el acuerdo para poder convivir unos y otros sin abusos ni colonialismos. Concertar implica dialogar, necesitamos un llamado al diálogo a los distintos sectores del país con una agenda sobre los problemas neurálgicos que vivimos; un diálogo donde podamos valorar las iniciativas que se han adelantado en diversas materias y donde se pueda incorporar nuevas apreciaciones y aportes. Un diálogo incluyente que permita matizar, evitar el radicalismo y ese afán dañino de culpabilizar eternamente, cuyo interés supremo que mueva no sea  el dinero, sino el bienestar de toda Venezuela.

El primero que debe convertir en acción este verbo es el líder vencedor y su equipo, ellos deben poner la pauta, es decir la mediación para lograr la concertación. Pero también están los líderes de la oposición, porque mal papel harían si se enquistan en la indisposición. Ambos deberían pensar en dar paso a líderes apropiados para negociar. Algo se gana y algo se pierde cuando se concerta entre radicales, eso no los desvirtúa, no los vacía de identidad. Si ambos no ven matices, y se mantienen en los extremos, entonces sería sumamente difícil convivir en sana paz. A los ciudadanos también nos toca poner en acción este diálogo, porque si no logramos hacerlo en lo pequeño, en el carrito por puesto, en la casa, en esa amalgama que es la cotidianidad, mal podríamos exigir o esperar que surja en lo grande. Reconocer y concertar, dos verbos, dos acciones, esa es la gimnasia para después de las elecciones.

domingo, 24 de marzo de 2013

San Romero



1980-2013, 33 años del asesinato de Monseñor Romero, San Romero de América, pastor y mártir, bautizado así por la palabra perfecta de  Pedro Casaldáliga, asumido así por el pueblo salvadoreño a quien Monseñor acompañó en una terrible época de guerra civil,  olvido, pobreza total y masacres, cuyos gritos aun no se silencian.

San Romero de América, su homilía no murió a pesar de la bala acertada que le segó la vida; sigue resucitando más allá de las fronteras del suelo donde sembró su sangre, dejó el país para expandirse por toda la patria grande: la América semejante, una vez más, en la historia común de crueles dictaduras que plagaron de muertes y desaparecidos este continente. Romero vive en todo aquel que lleva, hasta los confines, la opción radical por el pobre, en todo aquel que sigue a Jesús de Nazaret  en el vivir construyendo su mensaje.

Ya Romero es Santo, el pueblo salvadoreño lo canonizó el 24 de marzo de 1980 cuando cayó abatido por la intolerancia de la hegemonía de los poderes instalados en El Salvador. El pueblo latinoamericano lo canonizó, muy por encima de lo que El Vaticano pudiera juzgar, porque comprendió cómo fue testimonio de un Dios encarnado en la vida de los que sufren para dar esperanza en medio de las tragedias,  una esperanza que lucha, denuncia atropellos y anuncia bienaventuranzas a los sencillos.

Romero se transformó para hacerse uno con los pobres, hizo de su homilía la escucha y la voz del pueblo a  quien se le mutilaba la palabra y la vida. Hacer presente a Dios en medio de una guerra implicó el mandato categórico “En nombre de Dios ordeno: ¡cese la represión!” mandato pronunciado en aquella homilía insoportable para los causantes de tanto dolor, palabra valiente, segura, sin miedo en sus letras, a viva voz sabiendo la amenaza de la muerte. Romero terminó como el Cristo crucificado, sentenciado por los poderes, incomprendido por parte del clero que interpretó su compromiso cristiano como ideológico; por eso, aunque aún no hayan decidido canonizarlo, ya lo está en el corazón que mantiene viva su memoria, a pesar del transcurrir del tiempo, porque como él mismo dijo, resucita en su pueblo.

El Vaticano tiene una deuda inmensa con el pueblo creyente de América Latina, con comunidades eclesiales que han donado la vida al lado de los excluidos, con religiosos y religiosas que padecieron martirio en medio del silencio de la alta jerarquía eclesial, una jerarquía que sentenció la teología de la liberación y amordazó algunas de sus voces más diáfanas. La imagen del Papa Juan Pablo II frente a Ernesto Cardenal arrodillado a sus pies mientras lo señalaba enérgicamente dio la vuelta al mundo para dejar claro que el Vaticano no respaldaba ese genuino movimiento de iglesia, movimiento que entendió: la fe no puede ir de espaldas a la injusticia padecida por las mayorías pobres del continente. El Vaticano adeuda la canonización de Romero, en el marco de esas otras deudas que tienen de fondo un mismo sentido: la incomprensión del seguimiento fiel a la vida, mensaje y estilo de Jesús de Nazaret aquí y ahora.

Aunque de hecho ya algunos lo nombremos Santo, en efecto la canonización de Romero sería una señal singular de un viraje en la iglesia católica, una vuelta hacia la opción por los pobres, un punto sobre una “i” mayúscula,  indicador de que una nueva brisa sopla para recordarnos que Jesús nació pobre entre los pobres, anunció la buena nueva, no desde la comodidad y la distancia, si no en el caminar con los sencillos. Una esperanza corre por las venas de esta América, ojala el nuevo Papa Francisco I pueda comprender el sentir de buena parte de la iglesia latinoamericana; comprender, con el corazón puesto en esta tierra, el deseo de numerosos feligreses de ver reconocida la vida santa de un pastor y mártir que fue transformado por el amor compasivo, no ideológico, entregado hasta más allá de los límites de la muerte; el deseo también de sentir una iglesia mas parecida a los compañeros que siguen a Jesús y se hacen instrumento para la construcción del amor de Dios en esta tierra.

miércoles, 20 de marzo de 2013

Abuso e Irracionalidad


La campaña electoral en Venezuela raya en el abuso y la irracionalidad. Una campaña mesurada, no abusiva, supone seguir los procedimientos ajustados a nuestra constitución y leyes. Cumplir con el reglamento es básico,  no hacerlo revela una lógica de excesos que salpica todo proceso, pues no se respetan las condiciones para participar con equidad, para poner un orden mínimo que permita que las cosas funcionen en un marco normativo claro.  No separarse de un cargo público para ser candidato, adelantarse a la campaña obviando las fechas planteadas, hacer uso inadecuado o aprovecharse de recursos, estructuras, personas, medios… son ejemplos de un abuso peligroso. ¿Para qué se colocan las normas si no van a respetarse? Es claro que en Venezuela se tienen, en muchos casos, para demostrar quién tiene poder, para interpretar su contenido según el interés del sujeto  que las necesita.  Es peligroso esto, no solo porque la ilegitimidad se hace costumbre, sino porque nuestra generación joven está aprendiendo a vivir en una tierra sin ley; lamentablemente, después recogeremos tempestades, nos rasgaremos vestiduras cuando, irremediable, nos golpee la anarquía sembrada.

Lo racional en una campaña electoral  sería pensar los problemas y proponer caminos para superarlos. Lo racional sería presentar argumentos que van a hacer pensar al electorado que un candidato determinado es la mejor alternativa. Pero, ¿qué ocurre aquí? Ocurre que las estrategias que están marcando pauta en la campaña son las de anulación de las personas, no la de presentar proyectos para  resolver los problemas. Para anular las personas es bienvenida la acusación, el insulto, el rumor, la burla, el encasillamiento, la humillación y el maltrato con el lenguaje violento que le hace juego.  El ataque a las personas es una de las falacias, a mi juicio, más graves de la argumentación, absolutamente destructiva; es la inexistencia del argumento, y sin argumento, no hay razón. Esto es terreno fértil para el enfrentamiento. Aquí también nuestros jóvenes aprenden de nuestros líderes: quien insulta más, quien habla con más gritos, quien humilla y es más cínico, ese es el mejor.  Si esto es lo que se siembra, pues también recogeremos tempestades a la vuelta de no muchos años.

¿Cuánta acusación falsa ha lanzado como metralleta la oposición, cuánto insulto ha propinado el oficialismo? Vendría bien un análisis del discurso para detectar cuánta palabra se pronuncia en este sentido, sería un análisis que seguramente produciría desconsuelo a quienes deseamos otro modo de hacer las cosas, otro discurso. Oposición y oficialismo, así, sin nombrar líderes; porque, es lamentable, hay un público seguidor reproductor de tales acusaciones e insultos, un público que disfruta, como el típico que, en una pelea de puños, aúpa a los contrincantes a que se den más duro porque es muy “chévere” ver como se destrozan, y no sólo eso, sino que también aprovecha para lanzar lo suyo. Lo peor del caso es que ninguno siente que se equivoca, por tanto, ninguno rectifica.

 Estamos en una carrera desesperada por el poder, esto no es condenable, pues en la política la pureza no existe, el poder es el objetivo y hacia allá se enfilan las baterías, hacia allá se va con “todo”; PERO esto no puede ser a costa de lo que tenemos que soportar las mayorías que deseamos una Venezuela pacífica. No es pureza lo que pedimos, es respeto, es reconocimiento del otro. La polarización está cercenando nuestra vida cotidiana, porque los políticos trasladan al ciudadano común sus  modos de abordar la política, y la estrategia es seguir alimentando el desencuentro; aunque por momentos existe un llamado a la unidad, este llamado es absolutamente vacío, es palabra hueca, porque no está acompañado de sinceridad y, sobre todo, de actitudes y acciones.

En este mes, y en los tiempos posteriores a los resultados del 14 de abril, el empeño debe estar orientado a seguir y defender lo que cada uno considere adecuado, pero desde el respeto a las bases jurídicas que establece nuestra constitución, sin abusos, en equidad. El empeño debe estar en proponer alternativas para  resolver los graves problemas que tenemos, desde la razón y no desde la reacción; ¿por qué no?: manteniendo las bondades de la revolución bolivariana, sin mezquindades, convocando los talentos de todos los venezolanos, sin mezquindades. Para ello, necesitamos un modo distinto de hacer campaña que, en sí misma, de pasos de superación de la polarización, porque este camino de desencuentro nos empaña a todos y todas, nos mantiene sumergidos en un abismo.

En estos tiempos de campaña va a ser imperativo un PACTO DE PAZ, más temprano que tarde será necesario, un pacto que implique unas actitudes y unos acuerdos en función del reconocimiento y respeto de todos los venezolanos, porque nosotros, los ciudadanos comunes, tenemos derecho a tener líderes que entiendan lo que queremos las mayorías, tenemos derecho a tener vecinos que puedan dialogar, derecho a unas redes sociales y medios de comunicación que no se conviertan en selva de improperios, derecho a exigir de nuestros líderes revisión de sus procedimientos si en realidad piensan en Venezuela.  Aquí no queremos más odio, entiendan, no siembren más vientos, porque no queremos recoger tempestades.

lunes, 11 de marzo de 2013

Espiritualidad para los opuestos



Cuando supe de la muerte del presidente, estaba en la calle, con un celular descargado y sin acceso a las redes. Al poderme conectar, entré en twitter y el primer twett que se me puso a la vista fue: “Dios: te devolvemos el problema que nos enviaste. Muere Chávez”. Así como esa frase, llovieron otras tantas. La verdad que no estoy segura si lloré en silencio por el dolor de la pérdida prematura de un líder que revolucionó la vida del país (y en este punto aclaro que no  he sido chavista), o por recibir, una vez más, la bofetada de un odio que carcome nuestra nación  como el cáncer que se llevó a Hugo Chávez Frías la tarde del 5 de marzo.  Han pasado varios días… las descalificaciones no cesan, ahora toman un nuevo aire mucho más cruel y directo ante la nueva coyuntura electoral.

Cada día que pasa constato: vivimos tiempos de vacío espiritual. Tanta religión, tanto santero, tanta nueva era...  ¿nos ha alimentado realmente el espíritu? Porque cuando nos reímos del dolor de otro, cuando celebramos la muerte de una persona en medio del llanto de quienes lo sufren,  estamos reflejando la terrible oscuridad en la que andamos. No lo digo solo por algunos sectores de una oposición ciega, radical en su intolerancia. Lo digo también por un gobierno que delata su pequeñez cuando no concede una medida humanitaria a un preso enfermo, o que no otorga protección a quien rogó por su vida para terminar más tarde impunemente asesinado, o que utiliza un cuerpo y su memoria para hacer campaña electoral. Lo digo incluso por quienes denuncian la inexistencia de Dios en el otro y no ven su propio vacío; por quienes han creado y siguen creando ídolos a nuestra pobre medida: el status, el dinero, el poder, el miedo. Por quienes son capaces de festejar y montar grandes shows alrededor del asesinato de un animal indefenso y otros tantos detalles inmensos que dan cuenta de un humanismo ausente. Vacío espiritual que vivimos, viven unos y otros y que transmiten en sus lenguajes,  actitudes y discursos  multiplicando en sus seguidores la monstruosidad de un modo inhumano de ser, lamentablemente copiado por muchos.

Necesitamos liberarnos del miedo al otro, del apego al poder y la omnipotencia del “hombre”, del afán de imponer la verdad propia que no da espacio a la escucha. Necesitamos alimentar una espiritualidad para el ciudadano común, espiritualidad posible hasta para el que no cree en Dios; porque cada quien, desde su credo, puede sembrar vida, o por el contario, multiplicar la maldad. Una espiritualidad que nos ayude a trascender las tragedias, trabajar en sueños y proyectos comunes, mirar más allá para descubrir lo que nos une y ser capaces de tender puentes.  Espiritualidad para una vida simple, para actitudes de bien que, en silencio, permitan construir grandezas.    Espiritualidad de la unidad, que nos ayude a vernos como iguales, como hermanos, aunque seamos opuestos. Espiritualidad de redención de los históricamente indefensos: los pobres, los niños, las mujeres, los ancianos, los distintos... no para crear nuevas esclavitudes o nuevos execrados, sino para dar cabida a todos y todas, con sus nombres y apellidos.

Podemos ser testimonio vivo de apertura  y flexibilidad para el encuentro con el misterio del otro; constructores de fraternidad o, al menos, de la convivencia mínima necesaria que nos permita compartir en equidad y justicia un mismo espacio geográfico e histórico.  Caminar en esta dirección supone unos mínimos: el esfuerzo de comprensión de la realidad y sus distintos escenarios y sujetos, el esfuerzo de diálogo como camino para los acuerdos que ayuden a superar la crisis que vivimos, la disposición para ver la basura y las bondades, tanto en los ojos del oponente, como los de mi bando. Quizá necesitamos también unos máximos: una voluntad política y ciudadana  gigante para no reaccionar con odio ante el odio,  para abandonar el interés particular y pensar en el país, perdonar las ofensas y no hacernos eco de ellas.

En este tiempo que vivimos, este tiempo de una Venezuela que duele,  tendremos que hacer un gran esfuerzo por sacar lo mejor que tenemos guardado en el alma, abrir las puertas a las bondades para ofrecerlas por un país, una sociedad que sea expresión de la riqueza propia del espíritu que nos une. Esto se aprende, no sale de la nada, es nuestra corresponsabilidad aprenderlo y enseñarlo.  

Me aferro a la esperanza de que sí vamos a poder levantarnos, que sí pueden crecer voces distintas en medio del tumulto, que sí nacerá la cordura porque no dejaremos morir nuestro espíritu, ese capaz de ver en el otro un hermano con el mismo derecho que yo a una vida digna, con talentos y miserias, igual que yo, para hacer patria. Este es mi credo, este es mi acto de fe.