¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

miércoles, 24 de agosto de 2011

Educar para el pensamiento flexible

Cuentan que un hombre estaba poniendo flores en  la tumba de su esposa, cuando vio a un anciano chino colocando un plato de arroz en otra tumba. El hombre se dirigió al chino y le preguntó: “Disculpe señor, de verdad cree usted que el difundo vendrá a comer arroz?” “Claro”, respondió el chino, “cuando el suyo venga a oler las flores”.

Este es un cuento al que hace referencia Walter Riso en su libro "El poder  del pensamiento flexible".  Sin duda una graciosa forma de asomarnos a la rigidez de las ideas, costumbres y convicciones propias. Rigidez en la que, muchas veces, quedamos atrapados sin posibilidad de dejar espacio para la aceptación del pensamiento de los demás.

El pensamiento flexible es anti dogmático, sencillo y crítico. La persona de pensamiento flexible no se impone, no se obsesiona con la verdad propia, es capaz de dialogar, especialmente de aprender de situaciones, otras personas y experiencias. Es capaz de dudar, de tener autocrítica  y  sensibilizarse con el pensamiento del otro aunque no lo comparta; en otras palabras, es una persona libre de sí misma.

No confundamos el relativismo o la falta de credo con la flexibilidad,  pues no se trata de considerar que todo vale, o no tener convicciones y compromiso;  se trata es de ser empático y de tener apertura para ver todo lo que hay en el exterior buscando puntos de encuentro y desencuentro, apertura necesaria para cuestionar “lo establecido” y lograr transformaciones, también para avanzar en una perspectiva espiritual unitaria cimiento de la fraternidad. Flexibilidad es más que tolerancia, pues implica “dejarme tocar”, “removerme”, “reacomodarme”; no es una escucha sorda en la que "no me queda más remedio que", pues me involucra en un dinamismo que se genera en las relaciones sociales que establezco con los otros.

En este mundo cargado de dogmas de todo tipo: religiosos, políticos, culturales; en esta historia de fundamentalismos que mucho daño han hecho  a la humanidad en el pasado,  presente y que, lastimosamente, por un largo tiempo seguirán haciendo daño; se hace imprescindible educar para el desarrollo de un pensamiento flexible, para el crecimiento de personas autocríticas, democráticas, libres de miedos; educar también para una espiritualidad de la unidad como dirían los focolarinos, es decir una espiritualidad que nos ayude a vernos como iguales en la fe, a mirar lo que nos une,  que es la esencia, en lugar de enfocarnos  en el dogma que nos separa. Una educación que nos ayude a encontrarnos como ciudadanos que comparten un mismo espacio, conviven y construyen un país y mundo con los mismos derechos y deberes.

Hace falta educar en los centros educativos, pero también en la iglesia, en el partido político, en los medios de comunicación. Todos son lugares de aprendizaje que tienen una responsabilidad en la formación del ciudadano y ciudadana que se necesita para no destruirnos por razones ideológicas, políticas, religiosas o culturales. Hace falta una nueva educación que se vacíe de su propia cultura, de su propia inflexibilidad, de sus grandes currículos preestablecidos para darle paso a la pregunta, a la duda, a la divergencia, a la diversidad, es decir al pensamiento flexible.

sábado, 13 de agosto de 2011

Los conflictos en el centro educativo

En educación solemos encontrarnos con situaciones conflictivas entre grupos de estudiantes de distintas edades, entre grupos de un mismo salón de clases, entre representantes y docentes, docentes entre sí, docentes y equipo directivo… Jares Xesús propone una clasificación de los conflictos que se presentan en la institución escolar en función de sus causas:

1.- Idiológico-científicas: opciones contrapuestas tanto en el plano pedagógico, ideológico (definición de escuela) u organizativo. También cultura o culturas escolares que conviven en el centro, etc.
2.- Relaciones con el poder: control de la organización, promoción profesional, acceso a los recursos y toma de decisiones, etc.
3.-Relacionadas con la estructura: ambigüedad de metas y funciones, celularismo, debilidad organizativa, etc.
4.- Relacionadas con cuestiones personales y de relación interpersonal: estima propia, afirmación, seguridad, insatisfacción laboral, comunicación deficiente y/o desigual, etc.

Detallar esta clasificación es interesante por cuanto nos permite ubicar el conflicto más allá del comportamiento de los estudiantes; pues normalmente para los educadores, los protagonistas de los conflictos son ellos, cuesta visualizar que pueden existir, y de hecho existen, muchas situaciones conflictivas en las diferentes relaciones que establecemos en el centro educativo, donde estamos involucrados los educadores o personal en general.

El directivo es mediador en estos conflictos, negociador que busca los puntos de encuentro de las partes, donde muchas veces él mismo no está exento. Ello supone la creación de una dinámica de funcionamiento que permita la comunicación permanente, el trabajo de equipo, la construcción de un marco de convivencia, el fortalecimiento de las relaciones sociales que se establecen sobre la base de un proyecto común.  Lo peor que puede hacer el directivo como líder es no escuchar, dejar pasar, alinearse. La manera de enfrentar estas situaciones de conflicto, sugiere un “modelo” de comportamiento a seguir que forma parte del currículo oculto que se introyecta en la cultura escolar, y se “aprende”, aunque no estemos dando una clase sobre el tema. Esto implica que aprender a dialogar, llegar a acuerdos, ceder, ser tolerante con el diferente, ser asertivo… debe ser parte del estilo de relaciones escolares de todos los sujetos, y el director como líder debe promover ese estilo humanizador.

Por otra parte, en los conflictos con los estudiantes, la respuesta reactiva del educador genera mayores malestares y, lejos de ser camino para su resolución, se convierte en “leña” que aviva el fuego. Es necesario detectar lo que ocasiona el conflicto para poder encontrar su solución adecuada. Cuando un alumno habla mucho en clase, no presta atención, molesta o agrede a los compañeros solemos etiquetarlo, consideramos que el problema es él, porque no acata las normas, por tanto lo sancionamos y reprimimos sin analizar la situación. No caemos en cuenta de que probablemente haya una contraposición entre la naturaleza del estudiante y la norma de la escuela, los intereses del estudiante y lo que estudia en clase, las necesidades de afecto y el trato del docente o sus compañeros, la experiencia de vida y el patrón de conducta que esperamos.

La actitud del educador debe ser evaluar ampliamente el problema para enfrentarlo de manera adecuada, ver más allá de lo evidente, para encontrar las causas y, en equipo con sus estudiantes, poner los correctivos, escuchando lo que el otro tiene en su interior y ha expresado en su actitud. No se trata de buscar culpables, sino de ver qué genera malestar, comportamientos inadecuados, discordias, cuáles son los intereses o necesidades que se ponen en juego para buscar que puede ser beneficioso para todos, desde un ejercicio de ceder lo posible. D. Hicks propone ante situaciones de conflictos simples:

1.- Declarar la propia posición en el conflicto y escuchar a los demás manifestar las suyas.
2.- Aceptar una base común.
3.- Atender a las posibles soluciones.
4.- Decidir qué ensayar.
5.- Ponerlo en práctica y más tarde evaluar su éxito.

Son pasos sencillos pero que pueden ser una ruta mínima en esta urgencia de aprender a vivir en los conflictos del ámbito escolar.