¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

sábado, 20 de octubre de 2012

El lugar del otro


Una pareja de esposos conversaban. El contaba sobre su último viaje y decía a su compañera:
- Me ocurrió algo extraño, una mujer muy bella entró a mi habitación y me pidió pasar la noche conmigo.
La esposa tuvo un pequeño sobresalto, sin embargo esperó tranquila el desenlace de la anécdota. El esposo continuó relatando:
-Yo la despedí de la habitación, diciendo que no podía tener nada y, entonces, resulta que la mujer creyó que era Gay.
La esposa sintió alivio y al mismo tiempo beneplácito pues pensó que ¡claro!, no podía pasar la noche con otra mujer, pues la amaba a ella. Mientras tanto, el esposo siguió…
-No se lo dije,  pero no puedo poner en riesgo mi prestigio;  si me encuentran, o se dan cuenta de esa situación, pues… yo quedaría muy mal parado, especialmente por el cargo que ocupo y mi imagen, realmente fue una tentación, pero ...
La esposa quedó sin palabra ante aquella declaración de desamor.

Sin duda este episodio es casi una apología para, entre otras cosas, comprender  lo que supone el lugar del otro (a).Cuántas veces no hemos actuado o hablado sin considerar  quién es la persona que me oye u observa y cómo recibe mi palabra, gesto o actitud. Muchas veces el egoísmo nos ciega, imponemos el YO y  anulamos al otro, lo ignoramos; ni remotamente percibimos lo que una palabra, gesto, o silencio puede generar en él o ella. Erigimos el ego,  en su esencia dominante, cuya mirada se centra en lo propio, lo mío: mi idea, mi rabia, mi alegría, mi dolor, mi religión, mi partido, mi sueño, mi gusto, mi credo… nada hay más allá de los límites de mi terreno. Hasta creemos que si tenemos la verdad, tenemos también el derecho de irrespetar a quien , pensamos, no la tiene, entonces en aras de la verdad, maltratamos la persona.

No es que seamos perversos, o tengamos el propósito de herir a otros como consecuencia del ser malévolo que somos, no; simplemente no tenemos consciencia de lo enquistado que se encuentra ese YO en nuestro cuerpo, alma y mente. No nos damos cuenta de que caminamos sin mirar, sin escuchar, sin oler, sin percibir el mundo y aquellos que allí están conviviendo con nosotros. No hemos aprendido la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en los zapatos del otro, en el lugar del otro, en su ser.

Y este asunto va más allá de las parejas, como la de esta anécdota donde el esposo jamás pensó en la lectura que haría su esposa sobre lo que le contaba: “No me ama”, y que esta lectura iba a ser absolutamente distinta a la de él: ”tengo derecho a una aventura, solo que no me conviene”. No hizo falta ningún grito, ni golpe, ni insulto, para que uno de ellos se sintiera ofendido. Así ocurre también con el docente que compara a un estudiante con otro para decir que uno es mejor, el político que sólo escucha a los que están de acuerdo con él, o el sacerdote que regaña a quien confiesa su pecado; estos receptores son “otros” negados que de seguro sembrarán resentimientos, que pueden llevar al desmoronamiento de la interrelación, si no se abre camino al diálogo y verdadera comunicación.

Necesitamos aprender la empatía y para ello necesitemos aprender a callar, aprender el silencio y agudizar la observación que permita conocer al otro, aprender la escucha no solo de su palabra sino también de otros lenguajes que van pegados a su cuerpo. Aprender a pensar siempre qué puede sentir, creer, interpretar la persona que va a escucharme o con la que voy a interactuar, para entonces poder comunicarme, siendo YO, pero con respeto a él o ella.

No se trata de autonegarnos, o vaciar nuestro propio mundo,  sino de reconocer que los otros existen, están allí con su identidad,  con su biografía, tienen derecho a ser y a no ser avasallados.  Es verdad que el otro siempre será misterio, nunca se revelara del todo; pero sí podemos abrir el corazón  para acercarnos, porque entre otras cosas, desde esa apertura, ya nada de “MI” permanecería intacto, porque el otro, aunque no lo perciba, me alimenta.

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