¡BIENVENIDOS (AS)!

Educar en valores es una tarea trascendente y urgente. Este espacio quiere ser una pequeña
ventana abierta para aportar en este
camino extenso y difícil.
Mantengamos encendida esta llamita porque, junto a otras,
podemos hacer fogata.

sábado, 23 de febrero de 2013

Tenemos familia (1) Por una educación inclusiva



Marcos, de siete años,  leyó a su madre la lectura que la maestra le había asignado para compartir con su familia. Tomó la hoja y comenzó: “En la familia, papá vive con mamá y, entre ambos, deben criar a sus hijos en un ambiente de armonía y unión; así es la familia cristiana…” Marcos terminó de leer, le siguió un silencio que terminó con lágrimas en los ojos, porque hacía dos años papi y mami se habían divorciado.

Cuántas veces obviamos las realidades que viven los estudiantes y en lugar de dar elementos para  construir sus identidades, desde la valoración de lo que son, colocamos banderillas hirientes en su historia, que en nada ayudan a comprender lo que viven.

En el ámbito de la familia, la realidad es diversa, como lo es en la religión, la política o cualquier aspecto de la vida colectiva; conviven diferentes estructuras o maneras de constituirla; no existe como modelo único la familia nuclear tradicionalmente conformada por papá, mamá e hijos (as) que viven bajo un mismo techo, mucho menos en sociedades, como la nuestra, donde la familia extensiva (diferentes miembros unidos por lazos consanguíneos: abuelos, tíos, primos…, incluso miembros unidos por lazos no consanguineos) están presentes de manera activa en la vida familiar; cada día se abre paso la familia monoparental (mamá o papá e hijos) e incluso, a pesar de lo escandaloso que pueda resultar, la familia homoparental (parejas de hombres o mujeres con (o sin) hijos), o familias con “mis hijos, los tuyos y los nuestros”.  La diversidad en la manera de estructurar la  familia no es nueva, siempre ha existido, pero quizá ahora se amplía.

Tener pareja sin una vida compartida, criar hijos en soledad, decidir no tener hijos, iniciar la vida de familia sin el matrimonio como paso previo, diversos sujetos compartiendo un techo, los lazos más allá de la consanguinidad  o la apelación al divorcio de matrimonios constituidos, dan cuenta de la brecha que se abre entre la realidad y la asunción del modelo de familia nuclear; vamos además asistiendo a transformaciones culturales y sociales que sin duda están teniendo su efecto en las nuevas formas de constituir familia:  el nuevo rol de la mujer en la sociedad y la apertura hacia la diversidad en las identidades sexuales,  constituyen  ejemplos visibles de ello.

Es necesario ampliar la perspectiva al momento de abordar la familia como contenido educativo si queremos aportar a su fortalecimiento; que, muy por encima de cualquier crisis, muy por encima de los modelos  o de las problemáticas que padece, se mantendrá, como se ha mantenido en el tiempo,  porque todos los seres humanos necesitamos de una “familia” para poder  vivir, para poder reproducirnos, asumir la crianza de los pequeños, recibir y dar seguridad, afecto, posibilidades de bienestar económico y social, hasta simplemente por necesidad de amor y compañía.

Sería muy negativo ponernos vendas ante la complejidad y la diversidad, sería negativo si  el enfoque de fondo que le imprimimos a la educación que promovemos se centra en la homogenización, pues “el modelo ideal” se puede convertir en juez que sataniza la experiencia vital del otro. No se trata tampoco de negar el modelo de familia nuclear, sino de flexibilizar el ideal para dar cabida a otros modos de ser familia porque simplemente existen, se trata además de reubicar el modelo considerando las relaciones interpersonales, más allá de la estructura; es decir, en poner el acento en la calidad de las relaciones entre sus miembros, no solo en quiénes son. Como educadores tendríamos que preguntarnos ¿qué podemos hacer  para formar en pro de la construcción de familia atendiendo a la complejidad y diversidad que vivimos?, si optamos por el respeto a la diversidad, ¿qué supone esto en el campo de la educación para la familia?

Quizá lo primero es que el educador conozca y comprenda la experiencia de familia del educando, bien sea niño, niña, joven o adulto. Comprenda que “mi familia es la que tengo”, y ayude a que los estudiantes reconozcan su propio núcleo, asumiendo y significando sus luces y sombras.

Vale la pena ayudarles a comprender, que no existe la familia absolutamente armónica, por el contrario,  las familias viven multiplicidad de situaciones conflictivas; sin embargo, siguen siendo familia. Porque junto a  esas situaciones, también se viven alegrías, lazos, bondades que mantienen atados a sus miembros. Que descubran que los seres humanos podemos reconstruir, reorientar, buscar nuevos modos de vivir y ser feliz cuando no se da el ideal socialmente aceptado. En este sentido, más que centrar el esfuerzo educativo solo en promover una estructura de familia, dada la realidad, y sin negar el ideal, el centro  de atención  debería estar en los estilos de relación que se establecen dentro de ella, en la manera como se enfrentan los conflictos, en la manera como se distribuyen y se asumen los roles o responsabilidades, en las actitudes y valores que se viven entre los sujetos que la conforman; porque puede haber hogares con la presencia de los padres, pero las relaciones son  dañinas y pueden dejar traumas equiparables a las de un divorcio mal llevado.

Presentemos experiencias de vida, no solo de parejas, también de abuelas(os), de madres o padres solteros, hermanos(as)… porque en ellas seguramente habrá luces  para vivir, ayudemos que los estudiantes vean qué  valores, dones, enseñanzas… encuentran en su propia experiencia de vida y en la de otros que les ayude también a ver la diversidad sin sentirse amenazados (as).  Veamos la familia de Jesús de Nazaret como modelo, si existe una identidad cristiana en el contexto educativo donde se desarrolla la labor educativa, pero ojalá que sea para descubrir en ella valores que nos hagan más humanos, no para hacer sentir a los estudiantes que su familia no es cristiana porque en casa no está papi o mami.

Educar para la familia supone muchas cosas, hoy subrayo el necesario respeto a la diversidad, la valoración de lo que tenemos y el poner el acento en lo que nos hace familia aunque no vivamos el modelo de familia nuclear.

viernes, 16 de noviembre de 2012

Cuando el otro es agresor


Hay relaciones  en la familia, el trabajo o la comunidad que producen bienestar porque nos enriquecen,  nos hacen más humanos, alegran y dan sentido a nuestro  paso por este mundo. Son relaciones que establecemos con personas llenas de dones,  personas  optimistas, solidarias, tolerantes… con las cuales  es fácil comunicarse o tener sintonía; incluso son personas  con las que podemos entrar en franca comunicación  aún siendo diferentes, pues la diferencia no supone conflicto, aislamiento o rechazo; en todo caso, si se produce el conflicto hay capacidad de trascender y continuar con la relación fortalecida. 

Pero no siempre en la vida nos encontramos con ese tipo de personas y no siempre son relaciones de crecimiento las que se pueden establecer con todos y todas. Hay “otros” y “otras” que son agresores, cuyo estilo de relación con los demás es violento y generador de violencia. El agresor puede serlo de distinto modo: con el uso del lenguaje irónico o soez, la descalificación del otro, el enjuiciamiento, el uso de la etiqueta para acosar o hasta el maltrato físico. Estas personas están en las familias, la escuela, el trabajo, y la comunidad en general.  Las podemos tener de todas las edades, pues es un patrón de conducta y comunicación que se puede ir asumiendo desde temprana edad hasta  afianzarse en la adultez.

Aunque creemos en la tolerancia y el respeto al otro como principio que debe orientar nuestro estilo de relación con los demás, esto no significa que debemos aceptar y “aguantar” que el otro sobrepase sus límites y agreda bien sea psicológica, moral o físicamente.  Las parejas, los hermanos, vecinos, compañeros de trabajo o ciudadanos estamos llamados a vivir fraternalmente,  a alimentar el amor, la amistad y compromiso por el bienestar  de todos, y eso supone rechazar el abuso del otro, cuando este es agresor o manifiesta comportamientos agresivos.

He visto y escuchado historias, algunas de ellas plasmadas en autobiografías que dan cuenta de cómo sus protagonistas  han sido víctimas de relaciones  marcadas por la violencia, he visto especialmente  como muchas mujeres han mantenido calladas una dominación perpetua con respecto a sus parejas, por un particular modo de entender lo que es la tolerancia o lo que es el amor.

Ciertamente, toda persona necesita de comprensión. Ante un “otro” que agrede, lo primero  es entender por que actúa como actúa, de dónde nace su reacción, su ironía, su violencia, esto nos permite comprender que probablemente la persona ha sido víctima de agresiones en su propia historia de vida, tiene heridas no sanas que afloran inconscientemente en sus actitudes,   por tanto, ante ello, no podemos colocarnos en situación de ataque a la persona, seguramente ella misma sentirá rechazo de sus propias reacciones, o no comprenderá por que las asume y mucho menos cómo encausarlas. Necesitamos rechazar la acción violenta, no a la persona en si misma. Para ello también es importante lograr ver sus dones, sus cualidades y que la persona también pueda reconocerlas.

Pero la comprensión no basta, un segundo paso es ayudar al otro para acompañarle  a concienciar su actitud y la incidencia que la misma tiene en los demás; una vez más para ello es fundamental el diálogo sincero y respetuoso. Mal  podríamos ante un insulto responder del mismo modo, pues esto es justamente lo que el otro espera para seguir su escalada de maltrato. Es necesario sobreponernos a la reacción primaria para trascender y ubicar la actitud del otro. Esta ayuda también puede implicar la búsqueda de orientación profesional, en el campo espiritual, psicológico o de salud, pues muchas veces se necesitan herramientas más amplias de ayuda, que sobrepasan nuestra posibilidad. Cuesta mucho aceptar que esto es necesario, supondría aceptar que “solo no puedo” y, en un falso imaginario, aceptar que “estoy enfermo o loco”. Por ello, el desenlace de relaciones con agresores sería ideal si quien agrede cae en cuenta de su actitud y de lo que genera su estado para proponerse  la enmienda; si quien necesitando la ayuda la acepta y la sigue; pero lamentablemente, muchas veces no es esto lo que ocurre.

Si reiteradas veces un marido agrede, un compañero insulta, un hermano enjuicia, un jefe acosa,  o una madre golpea; si reiteradas veces el círculo agresión, arrepentimiento, perdón, agresión se repite manteniendo a la víctima en situación de maltrato, o el abuso de poder se sostiene; entonces  ya no basta el diálogo, ya no basta la orientación, hay que transitar el camino del derecho, de la defensa legal con la intervención de un árbitro. A veces nos sentimos reacios a considerar este elemento, especialmente quienes creemos que “el amor todo lo puede”, pero hay situaciones en las que se hace necesario ayudar a crear las condiciones para evitar que quienes no han descubierto el amor, mientras lo hacen, no tengan armas para anular moral, afectiva o físicamente a los demás.

Ante relaciones absolutamente insanas, que nos producen malestar espiritual , físico y moral, cuando la esperanza de cambio se extravía, lo mejor es la distancia. Hay distancias que salvan relaciones, distancias que mantienen vivas a las personas, es una manera de autoprotegerse del agresor, por ello, si la distancia ayuda,  es mejor darle la bienvenida.

Cuando el otro es agresor: comprendamos su violencia, ayudemos a sanar, resaltemos lo positivo, los dones que seguramente tiene,  sigamos tratándolo como a un hermano, para los cristianos eso sería poner  la otra mejilla; pero aprendamos a protegernos y defendernos, cuando ese otro, reiteradamente lastima, eso también es de cristianos.

domingo, 28 de octubre de 2012

Los consejos educativos como oportunidad


Si hay algo que debe ser transformado en educación es el aislamiento de los centros educativos. Un centro aislado es aquel que desconoce la realidad que se vive en su entorno; hay muchos signos de esta desconexión: desde no tener información sobre qué organizaciones hacen vida en el barrio,  no comprender por qué para muchos estudiantes la escuela es absolutamente aburrida... hasta no entender que la violencia, pobreza o drogas está tan dentro de la institución educativa, como de las comunidades.
Un centro aislado es aquel que considera que solo él “educa”, y la comunidad “deseduca”, idea sumamente arraigada, obstáculo para una actitud autocrítica del centro educativo que le permita ver qué debe aprender de la comunidad y qué debe transformar en su acción educativa para que sea más adecuada y contextualizada.

En un centro aislado los estudiantes, representantes y comunidad en general quedan fuera de la dinámica de construcción de los proyectos educativos; por tanto, el currículo explícito y “oculto” da cuenta de que es responsabilidad de pocos el aprendizaje y evaluación de los estudiantes o la visión y alternativas ante la problemática educativa que se vive. Esto es así no solo por la dinámica de muchos centros, sino también porque es dinámica de aquellas comunidades que se autoexcluyen.

Es hora ya de comprender que la educación es problema comunitario, en el que los diferentes sujetos somos corresponsables de lo que aprenden o “desaprenden” nuestros niños(as) y jóvenes. Es una función social, en la que medios de comunicación, iglesia, partidos, estado, empresas, familias... tenemos  la obligación de atender, generando redes para convertirnos en sociedad educadora, pues no solo educa el sistema formal, no solo educa la escuela.

La Resolución 058 es una oportunidad para poner este tema nuevamente sobre la mesa de discusión; con ella, entre otras cosas, se actualiza la antigua norma que rige nada menos que desde hace 25 años  las comunidades de padres y representantes. Ciertamente no se ha planteado del mejor modo pues no ha sido producto del consenso de todos los sectores educativos, por  demás, consenso que se hace sumamente difícil en una coyuntura electoral y marcada por una polarización que puede entrampar el debate si no somos capaces de dialogar.

Sin embargo, el espíritu que se promueve, es quizá, lo que muchos soñamos, debe ser la vinculación escuela-comunidad: una escuela que con su comunidad piensa y actúa para hacer realidad la democracia, en una gestión que se unifica y cualifica para atender los problemas que nos distancian de una educación de calidad. En este marco, la comunidad necesariamente tiene algo que decir y hacer para transformar situaciones como la violencia, el hambre, la  falta de recursos, la falta de formación permanente de las familias, las infraestructuras inadecuadas, entre otras, que se viven dentro de las escuelas, e inciden negativamente en los procesos educativos. El estado también tiene una responsabilidad suprema, que no puede delegar, sin menoscabo de la promoción de la autonomía y la corresponsabilidad.

Aceptando el espíritu, la observación está en el instrumento para hacer realidad la idea de participación comunitaria. A mi modo de ver, la dificultad mayor se presenta en la complejidad de la estructura que se propone y en la falta de ponderación en el ejercicio de la función rectora, necesaria en toda institución. No todo se puede resolver con asambleas, es necesario que el equipo directivo siga asumiendo el liderazgo, y que una vez llegado a consensos sobre el proyecto educativo, pueda tomar decisiones expeditas ante la cotidianidad del centro.   

Creo que es sano reconocer que muchos centros educativos, en consonancia con la propuesta educativa oficial, también han desarrollado una identidad ética y pedagógica que ha sido positiva en su labor de servicio a las comunidades,  ojala, esto  sea comprendido como aporte y suma a este proceso de cualificación de la educación, y no como algo que se deba erradicar y anular. 

Si bien hay un lapso de tiempo para la constitución de los consejos y la consulta, esta vez, como en otras ocasiones, en este u otros gobiernos, los centros educativos se encuentran ante una tarea que deben ejecutar de “ya para ya” habiendo iniciado el año escolar y sin la reflexión necesaria y suficiente para ejecutar. La situación no es la más idónea, y se le suma la reacción de sectores de oposición que, asumiendo la actitud que critican, no dejan de colocar el tema en los predios de la politiquería, repitiendo consignas alarmistas, desde una lectura que solo espera un final feliz en esta historia: que nada del sector oficialista sea aprobado.

Es urgente el conocimiento de la resolución en las comunidades educativas, su lectura y reflexión en un clima de calma, es necesaria  la explicación por parte del ministerio ante múltiples preguntas que surgen, la ministra debería hacer gala de su labor pedagógica ante la necesidad de información y comprensión de lo que se está proponiendo. Es necesario que los amigos de la alarma dejen en paz a la mayoría de los ciudadanos y ciudadanas que queremos comprender y avanzar, haciendo las observaciones en un clima de respeto. Es importante que el estado escuche a la otra parte del país que no fue consultada y que seguramente también tiene una verdad importante que decir.

Ojala podamos trascender y provocar un verdadero diálogo que conlleve a unas decisiones en aras de mejorar nuestra educación, nuestra escuela, que entre otras cosas, ciertamente, debe transitar mas allá de sus muros y encontrarse con la comunidad, tal como es, con sus fortalezas y debilidades, sus tendencias políticas y religiosas, su guerra y su paz, sus saberes, valores y desconocimientos, sus intereses e indiferencias… para juntas construir la educación que necesitamos.


sábado, 20 de octubre de 2012

El lugar del otro


Una pareja de esposos conversaban. El contaba sobre su último viaje y decía a su compañera:
- Me ocurrió algo extraño, una mujer muy bella entró a mi habitación y me pidió pasar la noche conmigo.
La esposa tuvo un pequeño sobresalto, sin embargo esperó tranquila el desenlace de la anécdota. El esposo continuó relatando:
-Yo la despedí de la habitación, diciendo que no podía tener nada y, entonces, resulta que la mujer creyó que era Gay.
La esposa sintió alivio y al mismo tiempo beneplácito pues pensó que ¡claro!, no podía pasar la noche con otra mujer, pues la amaba a ella. Mientras tanto, el esposo siguió…
-No se lo dije,  pero no puedo poner en riesgo mi prestigio;  si me encuentran, o se dan cuenta de esa situación, pues… yo quedaría muy mal parado, especialmente por el cargo que ocupo y mi imagen, realmente fue una tentación, pero ...
La esposa quedó sin palabra ante aquella declaración de desamor.

Sin duda este episodio es casi una apología para, entre otras cosas, comprender  lo que supone el lugar del otro (a).Cuántas veces no hemos actuado o hablado sin considerar  quién es la persona que me oye u observa y cómo recibe mi palabra, gesto o actitud. Muchas veces el egoísmo nos ciega, imponemos el YO y  anulamos al otro, lo ignoramos; ni remotamente percibimos lo que una palabra, gesto, o silencio puede generar en él o ella. Erigimos el ego,  en su esencia dominante, cuya mirada se centra en lo propio, lo mío: mi idea, mi rabia, mi alegría, mi dolor, mi religión, mi partido, mi sueño, mi gusto, mi credo… nada hay más allá de los límites de mi terreno. Hasta creemos que si tenemos la verdad, tenemos también el derecho de irrespetar a quien , pensamos, no la tiene, entonces en aras de la verdad, maltratamos la persona.

No es que seamos perversos, o tengamos el propósito de herir a otros como consecuencia del ser malévolo que somos, no; simplemente no tenemos consciencia de lo enquistado que se encuentra ese YO en nuestro cuerpo, alma y mente. No nos damos cuenta de que caminamos sin mirar, sin escuchar, sin oler, sin percibir el mundo y aquellos que allí están conviviendo con nosotros. No hemos aprendido la empatía, es decir, la capacidad de ponernos en los zapatos del otro, en el lugar del otro, en su ser.

Y este asunto va más allá de las parejas, como la de esta anécdota donde el esposo jamás pensó en la lectura que haría su esposa sobre lo que le contaba: “No me ama”, y que esta lectura iba a ser absolutamente distinta a la de él: ”tengo derecho a una aventura, solo que no me conviene”. No hizo falta ningún grito, ni golpe, ni insulto, para que uno de ellos se sintiera ofendido. Así ocurre también con el docente que compara a un estudiante con otro para decir que uno es mejor, el político que sólo escucha a los que están de acuerdo con él, o el sacerdote que regaña a quien confiesa su pecado; estos receptores son “otros” negados que de seguro sembrarán resentimientos, que pueden llevar al desmoronamiento de la interrelación, si no se abre camino al diálogo y verdadera comunicación.

Necesitamos aprender la empatía y para ello necesitemos aprender a callar, aprender el silencio y agudizar la observación que permita conocer al otro, aprender la escucha no solo de su palabra sino también de otros lenguajes que van pegados a su cuerpo. Aprender a pensar siempre qué puede sentir, creer, interpretar la persona que va a escucharme o con la que voy a interactuar, para entonces poder comunicarme, siendo YO, pero con respeto a él o ella.

No se trata de autonegarnos, o vaciar nuestro propio mundo,  sino de reconocer que los otros existen, están allí con su identidad,  con su biografía, tienen derecho a ser y a no ser avasallados.  Es verdad que el otro siempre será misterio, nunca se revelara del todo; pero sí podemos abrir el corazón  para acercarnos, porque entre otras cosas, desde esa apertura, ya nada de “MI” permanecería intacto, porque el otro, aunque no lo perciba, me alimenta.

viernes, 5 de octubre de 2012

VENCER



Hoy es 5 de octubre de 2012, falta poco para que los venezolanos y venezolanas elijamos nuestro presidente. Todo está listo o casi servido para la fiesta democrática. Ya la campaña cerró y estamos a la expectativa, casi como en una sala esperando un parto, unos queriendo un resultado, otros queriendo su contrario.

Hoy, como hace días atrás, me he estado preguntando por el significado de la palabra VENCER en este contexto de elecciones, de deseos profundos por parte de muchos venezolanos de que el presidente Chávez deje Miraflores, y el deseo profundo de otra parte de los venezolanos que espera su reelección. Y lo primero que se me ocurre es quitarme la etiqueta de chavista o antichavista, de derecha o de izquierda, para quedarme solo con la de mujer venezolana, que, seguramente como todos y todas, sueña un país distinto. Y desde ese peldaño, desde el trascender a la figura del líder, del partido o de la tendencia… es que creo que podemos empezar  a aproximarnos al contenido del término.

Podemos vencer si somos capaces de ver y respetar el interés de las mayorías, de poner como centro el bienestar de todos y todas, de deponer las diferencias, la exclusión o autoexclusión. Venceremos si somos capaces de movilizarnos para enrumbar el camino cuando se pierde la brújula, si logramos que verdaderamente la clase dirigente política haga ejercicio de servicio al pueblo que la colocó allí.

Independientemente de quien obtenga más votos en estas elecciones, en realidad, todos venceríamos si pudiéramos trabajar por un mínimo de acuerdo para echar a andar proyectos que beneficien a todos, independientemente del color que tengan, si la verdadera unión, no efímera, sino duradera, más allá de un nombre, se cristaliza.

Porque gane quien gane, después del 7 de octubre seguiremos la vida, amanecerá el mismo sol en nuestras ventanas, Venezuela seguirá siendo Venezuela, continuarán los mismos problemas, la violencia estará allí, la impunidad seguirá viva, la inflación seguirá quitándonos el sueño... también estarán las bondades y aprendizajes alcanzados en estos últimos años, guste o no, de un gobierno que sigue significando esperanza para muchos venezolanos que no tuvieron nombre, ni voz, ni derechos por mucho tiempo, y que tal vez, ese balance solo pueda verse ponderadamente con el paso del tiempo. Porque no todo es noche sin luna, y no todo es pura luz. Estará también la esperanza de quienes, guste o no, estuvieron relegados, insultados por la violencia de un lenguaje divisionista de un gobierno huérfano de autocrítica.

Habremos vencido unos y otros, si logramos abandonar los polos y nos arrimamos al encuentro, si dejamos de ver solo la basura del otro y logramos encontrar los aportes que el contrario ha dado y puede dar. Gane Chávez o gane Capriles, si no logramos seguir construyendo este país unos y otros, entonces habremos sido derrotados. 

La verdadera victoria será para después del 7 de octubre, cuando tengamos un presidente ratificado o no, cuyo equipo asuma lo bueno y transforme lo que haya que transformar, escuchando y trabajando junto a los azules y los rojos, sin negar las diferencias, pero donde unos y otros puedan hacer ejercicio de un diálogo posible, solo entonces VENEZUELA habrá vencido. 

martes, 7 de agosto de 2012

Algo grande pasó


Era el 31 de julio de 1982. Los más jóvenes aún no dejábamos  los 16 años, los “mayores” apenas estaban alcanzando los 18. Era el último día de una fiesta que empezó para muchos en el “kínder”, para otros en el primer año de bachillerato, unos pocos se sumaron en el primer año de ciencias. 13 años, 5 años o 3 años… ; lo cierto es que el Colegio Gonzaga nos marcó a todos y todas en ese tiempo especialmente hermoso, años en que compartimos la experiencia de irnos haciendo grandes, en los que descubrimos juntos lo que es aprender, en que vivimos el gran significado de la palabra amistad.

Aquella mañana nos sentimos más que nunca portadores del águila representada en nuestro escudo, cantamos con más ímpetu que otras veces “Somos Gonzagas valientes”… Allí, rodeados de nuestras familias, saboreando el logro afortunado de una meta, se paseó por nuestra memoria la película de lo vivido en nuestras aulas, en las expediciones a la montaña, en los campamentos misión, en tantos espacios y situaciones que se presentaron en nuestro paso por el colegio.  Allí, ese día, cada uno, esperando expectante ser nombrado para recibir el título, dimos GRACIAS a Dios porque había sido bueno con nosotros.

Hace 30 años de ese episodio que simbólicamente nos abrió paso a forjar la vida de grandes. Quizás, en aquel momento, aún no notábamos la trascendencia de habernos encontrado  como estudiantes de un colegio que nos enseño a vivir para  “Mayor Gloria de Dios”. Pero, hoy podemos decir con certeza, que algo grande nos pasó en esas aulas, canchas y oficinas; algo grande nos marcó a través de todas las experiencias que tuvimos fuera del colegio, acompañados por la entrega total de los jesuitas, las hermanas que se donaron a la educación de generaciones enteras y al colectivo de educadores que apostaron por esta empresa.

Hoy tenemos unas cuantas canas, unos kilos de más y algunas arrugas que nos van diciendo  que el tiempo pasa; pero a pesar de él o junto con él, esa chispa que nos sembró permanece viva y nos mueve a reencontrarnos. 30 años después estamos buscando pistas porque queremos redescubrir nuestro tesoro, estamos ubicándonos porque no podemos dejar de decirnos que seguimos teniendo “fe e ilusión”, que   generosamente ofrecimos nuestros talentos para las familias que hemos sembrado, para el trabajo bien hecho y el país que no hemos dejado de soñar.

Algo grande hizo el colegio Gonzaga de Maracaibo en nosotros, lo decimos después de muchos días y noches transcurridos.  Algunas palabras pueden ser clave: entrega, valores, acompañamiento, voluntad, símbolos, experiencia, Jesús, grupo, montañismo… Ojalá que todas ellas puedan convertirse en antorcha para, generosa, iluminar a otros que están en la misma labor de formar el corazón, la mente y espíritu de los jóvenes de Venezuela.

En realidad, la fiesta nunca terminó,  por eso hoy, ahora, seguimos celebrando la VIDA, la historia que nos une, las luchas que hemos tenido con sus victorias y fracasos, el amor que nos dieron y que aún sigue en nosotros, y especialmente, el deseo de seguir andando “por un nuevo despertar”. Que estos 30 años sigan multiplicando en nosotros el afán de dar lo mucho que se nos regaló.

sábado, 3 de diciembre de 2011

La violencia llegó a la escuela.

Una madre, representante de un estudiante de sexto grado, me contaba cómo tuvo que sacar a su hijo del colegio porque después de haber recibido varias amenazas, a causa de rencores desencadenados por un campeonato, un grupito de compañeros  estudiantes lo agarraron en la salida de clases, lo llevaron a un callejón y allí le cayeron a golpes. La respuesta del colegio fue citar a los involucrados, conversar y colocar como sanción que el agresor le pidiera “disculpas” al agredido. Allí terminó el problema para el colegio, pero no así para los estudiantes.

Para nadie es un secreto que la violencia hace rato llegó a la escuela, está haciendo estragos en Educación Media, y causando terror en las universidades. La violencia está en las aulas, el patio,  las canchas, los pasillos de los centros educativos.  Violencia que se expresa en cosas “simples” o menos elocuentes como el lenguaje, los juegos pesados, el “chalequeo”, la discriminación; y otras más complejas como los golpes, el robo, el uso de armas, el tráfico de drogas, la prostitución. Aquí nadie escapa: estudiantes, representantes, personal se ven afectados por la situación, no existen cercas ni muros lo suficientemente altos para que la violencia no entre al recinto escolar.

Pero, ¿qué esperábamos?, ¿mantener a salvo las escuelas, mientras el resto de la sociedad se pudre? Los centros educativos son expresión de lo que se vive en el entorno social. Una sociedad que vive en guerra, el Observatorio Venezolano de Violencia  prevé que probablemente lleguemos a  19.000 asesinatos en este año; una familia que maltrata a la mujer, a los niños, niñas, adolescentes y ancianos; una sociedad armada que piensa que es mejor tomar la ley por su cuenta;  un estado corrompido incapaz de hacer ejercicio de justicia... ¿qué pide a la institución educativa?¿Qué pide a sus jóvenes?

Lamentablemente somos hipócritas, ponemos a nuestros muchachos y muchachas a crecer viendo asesinatos, sexo, alcohol y drogas a través de los diversos medios de comunicación de masas, los ponemos a vivir en medio de la violencia creada por los adultos... y después queremos que ellos sean hombres y mujeres que vivan valores humanos. Aquí o comprendemos que TODOS tenemos una alta responsabilidad en la educación de las nuevas generaciones, o nos vamos al despeñadero. Por ello, es muy pobre considerar que la violencia escolar la resolvemos con la intervención de la policía, son muchas las “intervenciones” que habría que hacer para erradicarla, hasta los discursos incitadores de violencia y odio que acostumbran tener muchos de los políticos venezolanos deberían ponerse en el banquillo.

Pero los centros educativos no podemos tapar el sol con un dedo, y aquí quizá lo más urgente es darnos cuenta de que el problema de la violencia escolar no es simple, no lo resuelves con una conversación donde los involucrados en un acto vandálico se piden disculpas a regañadientes y después la amenaza continúa latente.   Los educadores debemos apretarnos el cinturón  y subrayar un principio educativo básico: el proceso de aprendizaje debe partir de la REALIDAD, de la experiencia, del saber y del entorno de los estudiantes, para que todo lo que se aprenda en las aulas tenga sentido para la vida. Debemos subrayar la educación para la PAZ, pues estamos viviendo una guerra; no podemos colocarnos de espaldas a esa realidad que está allí, que entró sin pedir permiso, o declararnos sin herramientas para enfrentarla; no podemos  abandonar el afecto y la disciplina, la reflexión y la experiencia  que deje huella en nuestros estudiantes porque esos procesos serán los principales aliados en este camino de crecimiento mutuo.

Educar en valores sigue siendo una prioridad, una necesidad no accesoria a la que nos debemos mucho más en estos tiempos en que pareciera que no es posible vivir en paz. Nuestra labor como educadores y como ciudadanos será verdaderamente relevante si impedimos que la violencia se instale en nuestros centros, en nuestras casas y en nuestras calles.